En tiempos de crispación social, la realidad siempre encuentra su camino hacia el arte. Y allí, en su cuna, a veces la inquina toma formas extrañas. Maniquíes con rostros de hierro, libros con púas o palabras que alimentaron millones de muertes son algunas de ellas. Se trata de El triunfo del odio, de Javier Sanz, una exposición de cerca de 20 piezas sobre las razones por las que el ser humano se lanza con soltura a la rabia.

La muestra, abierta desde la semana pasada, analiza en la Casa Museo María Pita los motivos de la aversión, y las principales vías que la han canalizado a nivel social. Los dogmas religiosos y políticos, y las guerras que alientan, son las cuestiones sobre las que Sanz ha puesto el foco para realizar sus esculturas, con las que retrata los sistemas que "más nos han hecho odiar en la historia de la humanidad". "El odio ya está innato en nosotros, pero hay religiones y regímenes políticos que lo potencian. Otros, como la democracia, siempre han tendido a rebajarlo", cuenta el artista, que señala las fes monoteístas como una de las ramas de pensamiento más dañinas.

Obras con títulos como Práctica al amor de Dios, que el autor surca de pinchos, o la figura de un Cristo crucificado en la maqueta de una bomba, manifiestan la crítica que Sanz desea hacer "del poder", y de las ideas que a lo largo del tiempo han actuado a modo de "búnkeres". Los conflictos bélicos, y los nacionalismos hoy tan presentes en el mundo, se erigen como otros de los pilares de sus obras, en las que su creador ve de fondo el peligro de "la verdad sagrada". "La religión y los nacionalismos son infantilismos que tenemos que ir superando. No ayudan a pensar, y se corre el riesgo de que la gente se fanatice", apunta el autor, convencido de que "nos manipulan cuando amamos o tememos, pero no cuando reímos".

A golpe de ese humor intenta el artista desacralizar en alguna de sus piezas, como la que protagoniza un Darth Vader blanco bajo el lema de El Papa oscuro. Un cariz más serio tiene la instalación radiofónica protagonizada por Adolf Hitler, que suena en bucle desde el fondo de la sala enardecido por la aclamación popular. "Es la pieza estrella, tres radios auténticas de la Alemania nazi con un discurso que dio en Núremberg. No se entiende, pero se nota que irradia odio", explica el creador, que hace un guiño a otro dictador con el artículo que escribió en apoyo a Enrique Tenreiro, que realizó en 2018 una intervención artística sobre la tumba de Franco.

La pieza es uno de los muchos textos salidos de la pluma de Sanz, que cuenta con cuatro libros dedicados a los aforismos. Sus reflexiones acompañan varias de las esculturas de la muestra, dominada por las características púas de metal que ya se han convertido en su sello como creador. "Hay mucha bipolaridad en mi obra. Tengo otra muy amable, pero todo el mundo tiene un lado oscuro", señala entre risas, advirtiendo que lo "peor" que un artista puede hacer es "dejar indiferente".

La temida tibieza la combate con su búsqueda de imágenes "completamente nuevas, que la gente vea por primera vez". Hacerse un hueco en la memoria del espectador es su objetivo como autor, al que suma en esta instalación el de sembrar la duda como mecanismo contra el odio. "Yo intento ser un librepensador, y creo que la duda es básica. Un hombre que duda es más abierto y tiene mucha más empatía que el fanático que se encierra en sí mismo", asegura el escultor, que lamenta que aunque "hay periodos en los que triunfa la concordia, el odio siempre vuelve". Su reflexión sobre él permanecerá expuesta hasta el día 10 de febrero, en horario de 12.00 a 14.00 horas los domingos, y de 11. 00 a 13.30 horas y de 18.00 a 20.00 horas el resto de la semana.