La lucha que la activista Carla Antonelli mantiene desde los 70 por la igualdad del colectivo LGTBI pasa esta tarde a la pantalla de la mano de El viaje de Carla, que se proyectará a las 20.00 horas en el teatro Colón. El documental, dirigido por Fernando Olmeda, acompaña a la actriz y diputada de la Asamblea de Madrid en su regreso a Güímar, su pueblo natal, del que se marchó a los 18 años para huir de los prejuicios que sufrían las personas transexuales.

-Su cara como activista es de dominio público, pero este documental exigía acceder a un nivel mucho más personal. ¿Es un nuevo nivel de compromiso?

-Sí. Siempre es bueno desnudar el alma, porque desde tu verdad sensibilizas más hacia una realidad de la que a veces, por desconocimiento, no se tiene toda la información. Había muchas maneras de contar esto, y creo que Fernando Olmeda eligió una muy válida. La película tal vez vale más por las historias que están escritas por debajo y que se intuyen, que por lo que literalmente se va exponiendo, que es el relato de la transición política de este país.

-El 77 no era un buen año para descubrir que la identidad sexual de uno no era la que todo el mundo suponía...

-Era una sociedad totalmente transfóbica, en la que nos grabaron a fuego desde pequeñitas que nada éramos y a nada teníamos derecho. Parecía que estábamos condenadas a ese futuro absolutamente incierto de las esquinas, del espectáculo o de las cárceles. A mí me tocó vivir la transición de la España en blanco y negro a la España en color, los avances en los derechos civiles, y cómo hemos llegado hasta aquí. Y creo que, en estos momentos, eso adquiere muchísimo más peso, porque todos los derechos que hemos conseguido son susceptibles de que nos los arrebaten. La capacidad de involución la estamos viendo, y se ha contagiado a todo el planeta.

-¿La concienciación social de hoy no actuará como dique de contención de esas corrientes?

-Ha habido unos avances significativos en concienciación, plantearlo de otro modo sería absurdo. Pero también vimos cómo salieron esos autobuses de la vergüenza a las calles para atacar de frente justamente a quienes más necesitaban ser protegidos, que son los niños. No nos engañemos. Siempre ha habido un sector que nunca se fue, y que sigue esperando el momento propicio para volver a reflotar.

-En el pasado ese sector tenía más fuerza. ¿Qué sensación le ha dejado el viaje a aquel tiempo que hace en el filme?

-Hay momentos en los que hasta se te salta una lágrima. Pero las cuestiones que me ha tocado vivir las vives y luego mi cabeza me ordena ir al momento siguiente, no me quedo atrapada en el pasado. Cuando volví a mi pueblo a proyectar el documental con más de 300 personas tuve que hacer un esfuerzo por recordar y fijar las caras. Había regresado después de 33 años de no pisar sus calles por vergüenza. La discriminación que tienes interiorizada es la peor, el creerte que no eres nada y que a nada tienes derecho. Hablo de esos momentos en tu juventud en los que pensaste, como tantas personas transexuales, en quitarte la vida, porque se te hacían insoportables los desarraigos familiares, el rechazo social?

-¿De dónde saca uno las fuerzas entonces?

-Aprendes a ser resiliente. Si algo hemos aprendido el colectivo LGTBI y las personas trans es precisamente a crecernos ante las adversidades, a saber construir esas escaleras para sobrepasar todos esos muros que se nos iban presentando por delante. Lo que no hay que hacer es cargar con sacos de odio, porque son unos lastres que te hacen andar encorvada por la vida.

-Hoy parece existir la creencia de que estamos en una igualdad casi absoluta. ¿Vamos hacia un conformismo peligroso?

-El conformismo nunca es bueno, porque la realidad nos está diciendo que ese mundo utópico no ha llegado. Las agresiones al colectivo LGTBI en España? En Madrid el año pasado hubo más de 300.

-¿Es la lucha más urgente?

-La lucha más urgente es la concienciación. Una concienciación social y una educación desde la infancia en el respeto a las diferencias. Pero también todo lo que tenemos en el Congreso, la obtención de los documentos nacionales de identidad para los menores trans y para los extranjeros en sus tarjetas de residencia, el reconocimiento al género no binario... Y que se despatologice completamente la transexualidad, porque es una cuestión de la idiosincrasia del ser humano.