Nací y me crié en la calle del Parque, al final de la de la Torre, donde estaba el cuartel de Intendencia y daba la vuelta el trolebús que hacía el recorrido entre San Amaro y Monelos. Mi familia estaba compuesta por mis padres, Carlos y Merceditas, y mi hermano José. Mi padre trabajó desde los diez años en la fábrica de brochas de afeitar y de pintar CIA, que estuvo en la Cuesta de la Unión y luego en Adelaida Muro, y mi madre se dedicó al servicio de la limpieza.

Mi primer colegio fue el del profesor Tonecho, en el que estuve hasta que entré en el instituto Masculino, donde estudié hasta tercero de bachiller, ya que a los catorce años tuve que ponerme a trabajar como botones en la empresa de publicidad Ronte Galicia, que estaba en un piso del edificio del Banco Hispanoamericano en el Cantón Grande.

Dos años más tarde, gracias a mi jefe, pasé a trabajar en la delegación de la multinacional de publicidad Alas, que estaba en Rubine y en la que estuve veintisiete años, tras lo que entré en el hospital Juan Canalejo. Al cabo de ocho años abrí una pequeña librería en el edificio Divina Pastora, en la ronda de Outeiro, tras lo que estuve empleado en Pompas Fúnebres y Servisa hasta mi jubilación.

Mi pandilla fue una de las más grandes de mi barrio y de ella formaban parte Colín, Tonecho Pues, Juan Basadre, Rafita, Carlete, mi primo Tonecho, Fernandito, los gemelos Cuco y Lolo, Pilarita, Rosa, Marité, Mari Carmen, Mariví, Pirulo el de Canzobre, Chingli, Piñeiro, Hulo y Pucho, entre otros. Jugábamos en lugares como el Campo de Marte y el de la Luna, pero sobre todo en la explanada frente al cuartel de Intendencia, así como en la traída de aguas, la iglesia de Santo Tomás y la panadería del canario, donde jugábamos a la pelota.

Me acuerdo de la gran ilusión que nos hizo a mi hermano y a mí que nuestro padre nos regalara un balón de cuero que nos duró muchos años y que nos hizo muy populares en el barrio, ya que todos querían jugar con él a pesar de que era durísimo, por lo que si nos daba en la cabeza o la cara nos dejaba una buena marca con los cordones que tenía. Para conservarlo, pedíamos en las carnicerías un poco de sebo para engrasarlo y que no se empapara con el agua en invierno, ya que las calles estaban sin asfaltar y los campos llenos de grandes charcos.

Entre las trastadas que hacíamos estaba la de esperar a los carros de caballos que llevaban los refrescos a los bares y tiendas para intentar coger alguno mientras subían las cuestas que eran muy empinadas, ya que el conductor tenía que ayudar a los animales. También seguíamos a los carros de los militares que llevaban comida a la guarnición de punta Herminia para que nos dieran unos chuscos de pan que nos sabían a gloria, aunque como a a veces los soldados no nos los daban, les tirábamos petardos delante de las mulas para asustarlas y que echaran a correr, por lo que nos acababan dando el pan para que les dejáramos en paz.

Cuando en la puerta del cuartel se hacía el acto de arriado de la bandera, todos los chavales nos íbamos allí y nos poníamos firmes delante de los soldados y los oficiales, a los que no les gustaba mucho que estuviéramos allí.

Parque de automóviles

También me acuerdo del día que se llevaron de Santo Tomás para el polígono de A Grela el Parque de Automóviles del Ejército, ya que las viejas instalaciones quedaron abandonadas y todos los chavales nos pusimos a desmantelarlas y nos llevamos los tejados de cinc a la ferranchina de Balbina, donde con lo que nos dieron tuvimos para pasarlo bien durante toda una semana.

Cuando empecé a trabajar jugué al fútbol en el equipo de Santo Tomás y en el de la Sagrada Familia, hasta que en casa me obligaron a entrar en el Torre. En la categoría de modestos fiché por el Sada durante dos temporadas, en las que fuimos campeones de As Mariñas. Finalmente estuve en el Milagrosa de Lugo en Tercera División y en el Hércules de San Pedro, con el que gané un minitrofeo Teresa Herrera en la final que jugamos contra el Imperátor. Al igual que muchos antiguos jugadores coruñeses, luego jugué al fútbol sala en los equipos Neumático Manolo, Naranjas Ibáñez y Bazar Plaza.

En los años cincuenta, mi padre fue uno de los componentes de la famosa comparsa de Carnaval de Canzobre, por lo que su nieto, Pirulo, me invitó muchos años después a que le ayudara a ponerla en marcha otra vez. Lo conseguimos durante la Alcaldía de Paco Vázquez gracias a su ayuda y la del concejal Palau, por lo que volvió a recorrer las calles en los Carnavales. En la actualidad todos los veteranos del barrio nos reunimos una vez al año el Martes de Carnaval para rendir homenaje a Canzobre y recordar los viejos tiempos.