Nací y me crié en la calle As Lagoas, donde vivía mi familia, formada por mis padres, Pedro y Elisa, y mis hermanos Pedro, Manolo, Berto, Carmela, Marita y Mari. Mi padre fue toda su vida jardinero del Ayuntamiento y trabajó en los jardines de la plaza de Pontevedra y el Campo Volante.

Mi único colegio fue el llamado Escuela del Caldo, en la Ciudad Vieja, en el que estuve hasta los catorce años, aunque a los trece mis padres me enviaron a Asturias a vivir con mi abuela Elisa, ya que el sueldo de mi padre no era suficiente para alimentarnos a todos, a pesar de que mi madre trabajaba también sirviendo en varias casas.

Nuestros juegos eran siempre en la zona de As Lagoas, donde cualquier cosa nos valía para jugar. Lo más esperado para cualquier chaval era que llegara el domingo para que nos dieran unas pesetas e ir al cine, aunque como éramos muchos hermanos, teníamos que repartirnos el dinero para ir. Nuestra sala preferida era la Hércules, donde estaba el acomodador Chousa, con el que todos los chavales nos metíamos, sobre todo cuando se iba la luz o se rompía la película, por lo que cuando se cansaba de nosotros, subía a las localidades de general y echaba a la calle a toda una fila.

Algunos domingos alquilábamos bicicletas en los locales que había en la avenida de Hércules, Rúa Nueva y O Parrote, que siempre estaban llenos de chavales esperando que quedaran libre para recorrer las calles haciendo carreras, aunque con cuidado para no caernos en aquellos suelos llenos de adoquines. Tanto en invierno como en verano alquilábamos también lanchas de remos en la Dársena, en especial las de un señor al que llamábamos Onassis, como el famoso armador griego, aunque había que ir achicando agua y en verano había que tener cuidado de que con el calor no se nos pegara a la ropa el alquitrán que les echaban para que no entrara el agua.

A partir de los doce años empezamos a ir a las fiestas de los barrios y a bailes como los de La Granja, que siempre estaba lleno de jóvenes y en el que se ligaba mucho, ya que iban muchas de nuestras amigas del barrio, aunque siempre acompañadas de la clásica carabina, que vigilaba para que no hubiera apretones cuando se bailaba.

Los domingos y festivos íbamos a pasear por los Cantones y la calle Real para ver a los muchos grupos de jovencitas, que hacían lo mismo que nosotros. Cuando empecé a trabajar a los catorce años para ayudar en casa se me acabó la diversión, ya que tenía que esperar al fin de semana para disfrutar del tiempo libre con mis amigos. Mi primer trabajo fue en la pastelería Estrada, en San Andrés, donde estuve hasta los veinte años y aprendí el oficio hasta que hice la mili en Las Palmas, que para mí era el fin del mundo, ya que era mi primer viaje fuera de la ciudad y no sabía cómo iba a ser mi vida en un lugar tan lejano.

En la actualidad sigo trabajando y doy clases de pastelería a jóvenes

y jubilados en mi escuela Manos Dulces

Pero tuve la gran suerte de que gracias a que sabía de pastelería y panadería, me hicieron pastelero del regimiento y lo pasé muy bien, ya que durante todo el tiempo que estuve allí no hice guardias ni instrucción. Al volver a la ciudad me casé y comencé a trabajar en las pastelerías de César Blanco en San Agustín, plaza de Pontevedra y General Sanjurjo, en las que estuve varios años hasta que decidí abrir mi propio establecimiento de pastelería y panadería en la calle Entrepeñas, donde además fui proveedor de negocios de este tipo de Arteixo y Carballo.

Aunque este empleo obliga a trabajar mucho y a madrugar para preparar los productos, siempre tuve tiempo para mantener relación con mis amigos de toda la vida. En la actualidad continúo en el negocio y doy clases de pastelería y repostería con mi escuela Manos Dulces tanto a jóvenes como a jubilados.

A los catorce años comencé a trabajar en la pastelería Estrada hasta que me fui a la mili, donde también fui pastelero. Después trabajé en las tiendas de César Blanco, hasta que monté mi propio negocio