Magnífica iniciativa la que han tenido unos notables músicos portugueses de unirse con la Filharmonía compostelana para ofrecer un concierto singular -pero muy interesante- de música lusa. Obras de diversos autores y también de carácter popular; pero, en todos los casos, con arreglos de Mario Laginha que señorea por completo el programa: de principio a fin. Y además forma parte, al piano, del conjunto orquestal. Los arreglos son de muy buena calidad, con frecuencia, brillantes por su riqueza instrumental, aunque a veces la influencia del jazz (Laginha es sobre todo un pianista de jazz) se deja sentir en exceso. Cristina Branco se define como fadista; pero, en este programa, el fado aparece de refilón. Una lástima porque su voz, cálida y con un punto de desgarro justo (se trata de una voz bien igualada), es evidente que resulta idónea para esa música tan característica y tan bella de Portugal. Su voz fue amplificada, lo mismo que la guitarra portuguesa del excelente intérprete, Miguel Amaral. La Filharmonía se mostró muy segura en un repertorio sin duda inhabitual. La condujo un director con una técnica peculiar, pero que posee dos características que deben ser altamente valoradas: la gestualidad flexible, con frecuencia alada y siempre con impulso ascendente; y la total independencia de los brazos, lo cual le permite dar indicaciones diferentes y simultáneas a las distintas secciones de la agrupación. Personalmente, me han gustado de manera especial las canciones populares del Alentejo, Algarve, Miranda de Douro, Estremadura y Beira-Baixa. El público aplaudió con entusiasmo a lo largo del programa y hubo dos bises: Cando canto y Un amor.