Pilar llevaba ayer mucho tiempo sin entrar en un aula, a pesar de que durante 46 años fue maestra y los encerados y los cuadernos forman parte de sus recuerdos. En sus clases no había calefacción, a veces ni agua ni luz. "Lo que tenéis ahora es un lujo", les dice a sus compañeros de mesa, que tienen edad para ser sus nietos. Ella es voluntaria del Espazo +60 Afundación y los jóvenes que se sientan junto a ella, alumnos de cuarto de Secundaria del instituto Monte das Moas y todos dan vida al proyecto Falamos da escola.

Durante dos sesiones, estos jóvenes cambian los libros y los ejercicios para aprender de historia de la mano de los que la recuerdan y la vivieron. En su primer destino, Pilar tenía que caminar quince kilómetros para llegar a la escuela en la que tenía que dar clase. Eran tiempos en los que no había teléfonos móviles, en los que una nevada en el monte podía ser mortal y en los que el caballo era el mejor medio de transporte, aunque, eso sí, solo para los que sabían manejarlo.

A Iago Méndez, que se sienta en la mesa con Tere y con Joaquín, escuchar sus recuerdos le está ayudando a "valorar la educación" que ellos reciben actualmente, con sus ordenadores, con su acceso a internet y sus facilidades, en comparación con aquella a la que accedieron sus mayores. Cuenta la directora del instituto, Ana Romero Masiá, que hace medio siglo en las escuelas no había nada, "solo una vara y una regla", aunque p ocas veces los maestros las usaban para medir.

A Xulio, que también se sienta con Julio y Tere, lo que más le sorprende, de todo lo que les han contado en estas sesiones con mayores en las que reflexionan sobre la educación y la escuela, es "el tipo de castigos" que recibían los alumnos de sus profesores. "Si hacen eso ahora sería denunciable", explica Xulio. A María le parece "bonito" conocer el pasado de los mayores. "Muchas historias ya las sabíamos, pero otras no y es bonito escucharlas", comenta.

A Fran, que se sienta con Pilar en la actividad, colarse en sus recuerdos le acerca, un poco más a su abuela, que es de Chile.

"Hay muchas semejanzas entre la historia de estas personas y la de mi abuela, aunque se diferencien en algunos puntos. Ella me decía que, como era la más pequeña de una familia numerosa y, además, era mujer, su educación nunca era una prioridad, así que, le costó mucho poder estudiar", relata Fran. Mientras comparten experiencias, van escribiendo unas tarjetas en las que reflexionan sobre la educación que les gustaría tener en el futuro, también sobre los obstáculos que se encuentran y sobre las fortalezas que les aporta la enseñanza que reciben. Después, las ponen sobre un papel de estraza pegado en la pared de la clase, en la que se reflejan sus deseos y sus inquietudes.

Creen que las aulas deben apostar por la diversidad, por la libertad y por la igualdad de género, por que todos puedan desarrollar valores que vayan más allá de aprenderse los contenidos de un libro.

Les gustaría que la escuela y el instituto les diesen claves para forjarse un futuro laboral y también herramientas para conocerse a ellos mismos, en una edad de cambios.

En una parte de la actividad participó también ayer el presidente de Afundación, Miguel Ángel Escotet, que animó a los jóvenes a "aprender siempre", a no creer nunca que ya lo saben todo y a tener curiosidad.