Me han pedido que escriba una breve semblanza sobre Juan Manuel Franco Taboada, Manel, por ser una de las personas que mejor lo conocía. Difícil tarea condensar tantas sensaciones en tan poco espacio.

Desde 1975 fuimos amigos, compañeros en la universidad y desde 1990, profesores en la ETS de Arquitectura de A Coruña. Compartimos despacho, alumnos y muchas vivencias inolvidables. Viajamos por países distantes, en la mayoría de casos por cuestiones académicas, conociendo gente lejana que terminó siendo muy cercana.

Habría que considerar tres facetas entremezcladas para entenderlo mejor: la docente, la profesional y la personal. Sobre la primera, tendrían que ser sus propios alumnos los que hablasen de él. Yo no puedo ser imparcial y lamento decirles que se han perdido a un profesor que, con un trato cordial y educadísimo, trataría de transmitirles su pasión por la arquitectura. Antes de que los planes Bolonia y la crisis económica distorsionasen tantas cosas en nuestra querida universidad, todos los años organizábamos unos viajes con los alumnos para conocer en directo los edificios que habían analizado en clase.

Manel siempre quería provocar en ellos el impacto emocional que sintió en la Casa Farnsworth o en las Termas de Vals. Cuando reaccionaban positivamente, se sentía eufórico: ¡Lo conseguimos! Algunos alumnos comentaban que, después de haber visitado algún edificio de Aalto, Campo Baeza, Zumthor o Wright, descubrieron su verdadera vocación de arquitectos justo a punto de dejar la carrera. Estaba más pendiente de las reacciones de los alumnos que de sus propias impresiones. Buscábamos continuamente estrategias para motivarlos, para provocar electrolisis emocionales. Discutíamos continuamente para acabar casi siempre de acuerdo.

Su investigación académica se focalizó en varios temas recurrentes. El que más, las proporciones geométricas en la arquitectura y el dibujo, temas en los que era una autoridad, como en el Modulor de Le Corbusier, Leonardo, Vitrubio, Bramante... Yo le decía que lo que siempre estaba buscando era la "racionalización de la belleza" y cómo esta cuestión se había manifestado durante siglos en la arquitectura clásica y en la contemporánea, aunque no parecía impresionado por mi pedantería. Otra de sus pasiones era analizar los diseños de mobiliario del siglo XX, los muebles de la Bauhaus.

Esto último entronca con su actividad profesional como arquitecto, Manel tiene, perdón, tenía una capacidad fascinante para conseguir interiores maravillosos, yo envidiaba como conseguía en sus casas unos espacios tan acogedores y agradables.

Como a tantos arquitectos, la crisis económica le afectó profundamente, cortando de raíz una trayectoria de evolución ascendente. La escondida ampliación de la Escuela de Náutica o la reinterpretación de las galerías de Payo Gómez son obras silenciosas que merecen nuestra atención. Por unas u otras causas, no tuvo la oportunidad de materializar todas sus capacidades y conocimientos como arquitecto.

Supongo que la influencia de sus hermanos mayores influyó en la elección de su carrera, pero habría disfrutado y destacado con cualquier otra actividad artística. La gran mayoría de los arquitectos dejan de dibujar antes de terminar la carrera, en realidad ya lo hacen tras los primeros cursos, pero Manel pertenecía a esa minoría que no dejó nunca de hacerlo, siempre seguirá dibujando.

Los que ya hayan abandonado la lectura de este texto se habrán perdido lo mejor, lo más importante, el factor humano. Buenos profesores hay muchos, buenos arquitectos, dibujantes o pintores también, pero buenas personas, tan amigos de sus amigos como mi amigo? no. No he conocido a nadie con tanta generosidad, interés y capacidad para hacer disfrutar a tantas personas como él. Cualquier disculpa era buena para reunirnos a todos, para festejar algo: cumpleaños, aniversarios, buenas noticias? cualquier pretexto servía para celebrar juntos la Amistad y la Vida.

Planificaba todo, comidas, música, gin-tonics, sin regatear esfuerzos, dedicando días enteros a los mínimos detalles de unos eventos sanos y memorables. Nos mimaba. Allí nos encontrábamos gentes de muy diverso pelaje que congeniaríamos tarde o temprano. De hecho, muchos de mis mejores amigos lo son gracias a él, casi nada. Me doy cuenta ahora mismo de que nos observaba entonces como a los alumnos en aquellos viajes de los que hablé antes, como si fuésemos pececillos de colores en un estanque que había montado él con sus propias manos, con la combinación perfecta de algas, nutrientes y el PH exacto para conseguir la mejor pecera del mundo.

En esos momentos, lo podías descubrir apartado en una esquina, contemplando todo con visión panorámica mientras paladeaba lentamente su dry Martini. Igual que un músico que termina su partitura o un pintor que ve su cuadro acabado. Se le veía entonces orgulloso de su obra, algo tan bonito como conseguir que, por la propiedad asociativa o transitiva, unos señores de izquierdas se relacionasen con otros de derechas, que los de arquitectura hablasen con los psiquiatras o que los geólogos se entendiesen con los veterinarios. Era su mayor felicidad y a nosotros nos duraba cuatro días la sonrisa en la cara.

Supongo que ha perdido orden este relato, da lo mismo. Esta persona "humana" que tuve la gran suerte de conocer y con la que compartí tantas aventuras era la personificación absoluta de todo esto que he contado y de muchas otras cosas más.

¿Habrá algo mejor que saber que siempre te van a recordar con una sonrisa? Pues lo has conseguido. En algún lugar, esté donde esté, Manel ya estará organizando ahora mismo una fiesta a sus nuevos y sorprendidos pero agradecidos amigos. Yo mataría por ir.

Hasta siempre, amigo.