Nací y me crié en la calle Independencia, en la que viví hasta los dieciséis años. Cuando murió mi padre, Enrique, mi madre, Carmen, se puso a trabajar en el restaurante Ariete, en la calle de los Olmos, hasta que ella también murió en los años cincuenta. Al quedarme huérfano, me fui a vivir a una pensión en la que pasé cinco años, tras lo que pasé a otra de la calle Real durante otros dos y finalmente a la plaza de María Pita hasta que me casé con Concepción Villaamil Rodríguez, sobrina de mi amigo Tomás y con la que tengo una hija llamada María.

Mi pandilla de la infancia estuvo formada por Pacho, Diego, Moncho, Pucho, Manuel y Enrique, con quienes jugaba a lo que podíamos, ya que en aquella época tener un juguete era un lujo y para conseguirlo había que esperar a un cumpleaños o el día de Reyes. Lo que más nos gustaba era jugar a la pelota, que hacíamos nosotros mismos con trapos viejos o papeles que forrábamos con cuerdas para hacer partidos contra otras pandillas en plena calle sin problemas, ya que apenas había tráfico.

Recuerdo que en mi infancia aún había tranvía hasta San Amaro, que luego fue sustituido por el trolebús, aunque las vías quedaron en las calles hasta principios de los sesenta, cuando al asfaltarse la calle de la Torre quedaron cubiertas junto con los adoquines. Esos adoquines eran peligrosos cuando bajábamos en las bicicletas que alquilábamos junto al cine Hércules, del que tengo un gran recuerdo, ya que allí vi las primeras películas, que a los niños nos ilusionaban y nos hacían soñar con vivir aquellas aventuras. Solíamos ir a las localidades de gallinero, que eran las más baratas y donde había la fama de que siempre se pillaban pulgas, a pesar de que al entrar el acomodador siempre echaba insecticida con un pulverizador manual que dejaba un olor apestoso.

Cuando íbamos al cine, muchas veces comprábamos entre todos un palo de alagarroba para repartirlo, aunque estaba duro como una piedra, ya que también se los daban a los burros para que los comieran. Donde más solíamos jugar era en la zona donde estaba el aserradero de madera de la calle Independencia. Mi primer colegio fue el de los Salesianos, donde tuve como compañeros a Matito, Álvarez Gómez, Álvarez Bringas y Ares. Años después pasé al instituto, donde hice el bachiller y luego entré en la Escuela de Comercio, donde hice los estudios de Peritaje Mercantil. Mi primer trabajo fue a los diecisiete años en los Almacenes San Andrés, mientras estudiaba por libre, de donde pasé al almacén de carbones de Norberto Sánchez en la calle del Orzán, en el que estuve cuatro años.

Posteriormente trabajé en una empresa de alquitranes y asfaltos para carreteras en la que estuve tres años y luego con mi antiguo compañero de colegio Antonio Álvarez, quien fue presidente del Deportivo, en una empresa de construcción en la que estuve una década. Finalmente fui delegado de la empresa de cosmética Johnsonn&Johnsonn, tras lo que me hice autónomo para llevar diferentes representaciones hasta que me jubilé. En mi época de 15 pude divertirme poco, ya que al quedarme huérfano tuve que pasar tres años de luto, como se hacía en aquel tiempo, en el que había que llevar un crespón negro en la manga para que se supiera y estaba mal visto divertirse estando en esa situación. Eso hizo que no pudiera acudir con mi pandilla a las fiestas y bailes, por lo que al terminar la mili empecé a vivir la vida un poco.

A los 15 años entré en el Frente de Juventudes, en el que practiqué gimnasia en los bajos que tenía en la calle del Orzán, donde también había futbolines en los que lo pasábamos muy bien, ya que además nos daban unos buenos bocadillos y teníamos la posibilidad de ir a un campamento de verano en Gandarío. Allí comenzó mi afición al baloncesto, de cuyos equipos, el Juventud y el Imperio, me nombraron delegado.

Los partidos se jugaban en el Relleno de los jardines de Méndez Núñez, y en las pistas del club Santa Lucía, pero cuando ambos equipos desaparecieron, junto con otros amigos fundé el club Bosco, del que fui delegado 23 años hasta que desapareció, por lo que recorrí media España y tuve la suerte de verlo ascender a Primera División tras jugar la fase de ascenso en las antiguas pistas de Riazor, detrás de la torre de Maratón, hasta que el alcalde Demetrio Salorio construyó la Polideportiva y más tarde el Palacio de los Deportes, donde jugamos varias temporadas con el acompañamiento de un gran número de aficionados.

El primer presidente fue Claudio San Martín y en el equipo jugaron conocidos coruñeses como Quique Caruncho, Ojea, Rafael Reparaz y Fábregas. También se ficharon a jugadores de otras ciudades como el zaragozano Julio Descartín y el bilbaíno Manene. Nuestros primeros patrocinadores fueron La Revoltosa, Cigarrillos el Águila y Schweppes.

Testimonio recogido por Luis Longueira