Presumía de ser descendiente de la mismísima María Pita, que dejó en él la semilla del coruñesismo, aunque fue de su familia materna, los Escudero, de quien heredó su sentido artístico. A Abelenda le pusieron de nombre Alfonso Pedro a y su hermano, Pedro Alfonso, así que con esos antecedentes cabe imaginar cualquier cosa.

No solo era un gran pintor y dibujante, Alfonso Abelenda Escudero era un magnífico conversador que no tenía pelos en la lengua. Hizo alarde de ello hasta el final de su vida, que se extinguió el jueves, tras una breve enfermedad.

En la cama del hospital, Alfonso pedía que lo dejasen el paz y lo mandasen a casa a morir tranquilamente. Resistió. Y tuvo momentos de los suyos, como cuando su querida prima Estrella lo incitó a hablar de sexo y mujeres „una de sus debilidades„. Ellas eran quienes lo acosaban, aseguraba. A su primo Pedraza le dijo una mañana de estas: "Hoy soñé que me rodeaba un montón de chicas desnudas".

-¿Y qué hiciste?

-Me puse de rodillas.

Ayer, en el tanatorio y ante sus restos mortales, uno de sus cuadros y un peluche que recordaba a Tarzán, su chihuahua, se sucedían las anécdotas: sus correrías en París en casa de una supuesta marquesa que lo alimentaba o en Madrid, donde se hizo asiduo de las tertulias del café Gijón. Allí se fue colaborador de La Codorzniz.

En el pleno franquismo, La Codorniz se anunciaba como "la revista más audaz para el lector más inteligente". El problema, según Abelenda, era encontrar lectores inteligentes. Era fumador de Celtas hasta que el médico le mandó parar. "Como tenía mucha ansiedad, me recomendó los puritos. Y, efectivamente, se me fue la ansiedad". Empezó arquitectura, pero lo dejó en aquel Madrid aún hambriento. Se enroló en el cine y a través de su hermano, músico, showman y viajero, conoció a figuras de Hollywood, actuó con Richard Burton y coincidió también en el plató con Francisco Rabal.

Fue atleta en su juventud coruñesa y abrazó el rugby cuando fue a hacer Arquitectura a Madrid. En su estudio guardaba las zapatillas de correr y el balón alargado junto a un retrato de su hijo Alfonso, un disco de su hermano Pedro, algunas marinas, una infanta y un torero: "Chiquito del Orzán, un torero que yo me inventé y que siendo de A Coruña tiene que llamarse así o Chiquito del Matadero". Y "un autorretrato" de su "kadáver"

-Hubo una época en que todos pintaban la Dársena.

-No, tan bien como yo, nadie.

Entrevistar a Abelenda era un placer para el periodista: no solo daba titulares, sino que encadenaba miles de historias, cada cual más divertida, y ya no digamos si mediaba la ayuda de unos vinos.

Se derretía ante la belleza de los huevos fritos de Velázquez ( Vieja friendo huevos) „de un realismo increíble„ o podía contar mil y un cotilleos siempre de interés o escacharrantes.

Tenía centenares de amigos y congeniaba con distintas generaciones de artistas, que lo admiraban, respetaban y querían. La suya era la que José Luis Bugallal llamó Generación Insurgente: Labra, Antonio Tenreiro, Lago Ribera o Alejandro González Pascual.

Le gustaba contar que Lugrís llamaba a Laxeiro "el rústico" y rechazaba la idea de que el niño Picasso pintase las patitas de las palomas de los cuadros de su padre porque viese mal: sería de tontos, sostenía, puesto que entonces también había gafas.

Los problemas en los ojos fueron apartando a Abelenda de la pintura y a medida que perdía la vista iba creciendo su desánimo. "Lo que me inspira es el dinero", reconocía entonces.

"¿Cómo le gustaría que lo recordasen", le preguntó Nonito Pereira en una ocasión.

-Pues qué sé yo... Como una oveja negra. Destaca y da una nota de color al rebaño.