Chiquitectos es un proyecto educativo surgido en Madrid que propone el uso de juegos en talleres con niños para transformar el entorno urbano a través de la arquitectura. Su fundadora, la arquitecta Almudena de Benito, participó ayer en un coloquio y un taller en el Muncyt.

¿Desde qué edad podemos ser educados en Arquitectura?

Desde la primera infancia. Con uso de razón, como niños, al empezar a distinguir lo que es un espacio de calidad, ya debemos exigirlos. La arquitectura condiciona nuestras vidas, por lo que es necesario tener pensamiento crítico para promover espacios de calidad. Eso se puede aprender a través del juego o de experiencias en las que por lo general uno no se fija. Eso promueve Chiquitectos.

¿Qué conceptos arquitectónicos se pueden enseñar ya en una edad infantil?

Educamos a través del juego. Construir algo ya es una vía de entrada que hay que aprovechar, porque es una capacidad innata como la de dibujar. Hablo de juegos de construcción en el espacio doméstico o de construir cabañas o refugios cuando vamos al bosque. El entorno urbano, la ciudad, es también un buen campo de aprendizaje desde nuestras experiencias como peatones en relación con espacios públicos, áreas verdes y equipamientos. Decir que voy andando al colegio en vez de en coche ya es educación en pro de la sostenibilidad.

¿Qué es lo primero que absorben los niños a través de los talleres de Chiquitectos?

La libertad para expresarse ante un cuaderno en blanco, que al principio parece que les paraliza, acostumbrados como están a que en el colegio tengan actividades dirigidas o con trabas. Se sienten libres para expresarse mediante dibujos y maquetas y en equipo.

¿Qué ideas arquitectónicas surgen de ellos?

El objetivo es crear ciudadanos participativos que sean responsables de sus propias decisiones y con capacidad para cambiar el estado de las cosas. Esos procesos de participación les permiten proponer aquello que desean para su ciudad, desde parques infantiles a carriles bus o para bicis. Como dice Francesco Tonucci, una ciudad que es buena para los niños es buena para todos.

¿Son críticos con lo que no les gusta?

Sí. Pero el sentido crítico hay que enseñarlo, así como que también hay otras alternativas. Un niño tiene capacidad de juicio, pero no tiene más referencias que los adultos para plantearse si algo está bien o está mal. En los talleres planteamos qué queremos mantener, qué queremos eliminar y qué queremos poner nuevo: es decir, qué me gusta, qué no me gusta y qué quiero cambiar. De ahí surgen las propuestas nuevas.

¿Advierte implicación?

Muchos niños vuelven a los talleres porque son divertidos. El juego es la herramienta básica para enseñar y aprender. Los padres y madres, al ver que los niños disfrutan, también se implican porque advierten una formación complementaria para sus hijos en un momento en que la educación está en entredicho, en el sentido en que se emplean metodologías del siglo XIX con tecnologías del siglo XXI. La clave está en educar con herramientas útiles para la vida profesional, más que en conocimientos concretos.

¿En qué se puede traducir esa implicación infantil?

En la creación de ciudadanos participativos exigentes con el espacio en el que viven. Cada taller tiene sus propuestas de necesidades y actuaciones, aunque también deben darse cuenta de que esos proyectos tienen unos tiempos dilatados que ellos no entienden. Quizá cuando sean adolescentes se lleven a la práctica.

¿Debe contener la Arquitectura como disciplina académica la visión propia de los niños?

Es más que la Arquitectura, como disciplina transversal, se incorpore a la enseñanza desde edades tempranas, que es cuando ya se exigen esos espacios de calidad. La Sociología también debería abordarse en las escuelas de Arquitectura para que los futuros arquitectos escuchen a la sociedad y conozcan sus carencias.

¿Nos dirigimos hacia modelos concretos de ciudad?

Quiero pensar en ciudades integradoras, pensadas para colectivos como los ancianos, los niños y las mujeres. Ciudades policéntricas más amables y menos hostiles. Quizá soy optimista, pero hay cosas que están cambiando. Madrid Central, que ha creado polémica, mejora la calidad del aire y de vida de mucha gente que vive en el centro. El futuro está ahí: en pensar en todos.