Con todo respeto, tengo que contradecir a Friedrich Schiller. No; la belleza no tiene que morir, a pesar de lo que dice el poeta en su hermosa poesía, Nänie, a la que puso música Johannes Brahms. La belleza permanece y prueba de ello es el poema mismo que podemos admirar hoy, y sin duda admirarán mañana, cuantos nos sentimos conmovidos por la belleza de las creaciones humanas. A pesar de haber transcurrido más de dos siglos desde que el vate alemán escribió su obra. Lo mismo cabría decir de la pieza sinfónico-coral que, sobre el texto de Schiller, compuso Brahms y que seguimos y seguiremos amando, por encima del transcurso del tiempo. Junto a esta preciosa partitura, escuchamos el Canto del destino. Otro poema extraordinario „tal vez más enigmático, como propio del poeta genial y demente que fue Hölderlin„sirvió de base para que el compositor hamburgués escribiese otra preciosa obra sinfónico-coral. Poema y partitura permanecen como sendas creaciones humanas de singular belleza. No; la belleza no muere porque el ser humano la mantiene viva a lo largo de los siglos. Formidable versión por parte de la Sinfónica y de su Coro, al que hallamos con una especial plenitud en repertorio nada fácil. Nelson Freire hizo un Emperador antológico. Tanto como la propia orquesta dirigida por Dima en una labor de notable perfección, en especial por el perfecto balance sonoro conseguido. Una versión de referencia. El extraordinario pianista brasileño correspondió al entusiasmo del público con dos bises: el primero, una preciosa y difícil pieza en la que Freire obtuvo una asombrosa gama de colores: Preludio en Si menor, de Alexandr Ziloti, transcripción del Preludio en Mi menor, BWV 855a, de Bach; y Danza de los espíritus celestes, de la ópera Orfeo y Eurídice, de Gluck, en transcripción de Giovanni Sgambati. Una maravilla de encanto y serenidad. No; la belleza no muere.