Nací y me crié en la avenida e Montserrat, al lado del sanatorio de Labaca, donde tuve la suerte de nacer ya que en mi época la mayoría de la gente nacía en casa. Mi familia estuvo formada por mis padres, ya fallecidos, Manuel Suárez y Remedios Ameal, mi hermana Isabel y un servidor. Mi padre se dedicó a la hostelería y trabajó en el café bar El Español en los Cantones. También en el Kiosko Alfonso ya que en el verano, cuando este cine abría la parte de abajo, contaba con un salón cafetería con actuaciones de artistas y de orquestas coruñesas muy conocidas. Esto duraba toda la temporada veraniega. Mi padre también iba a trabajar a las muchas cenas que se hacían en el leirón del Casino en Juan Flórez.

Mi madre se dedicó durante muchos años al conocido estraperlo. Yo la acompañaba muchas veces de niño para buscar tabaco, fruta y otras cosas. Teníamos que ingeniárnoslas para que no nos cogieran los consumeros o la Guardia Civil y así no pagar las tasas de los fialatos que había por la zona. Para que no nos vieran solíamos ir por la vía del tren de As Xubias y luego subíamos por el hospital Teresa Herrera. Después mi madre se las ingeniaba para vender sus estraperlos.

Mi primer colegio fue la Escuela Pública de Pedralonga. Se le llama la escuela del caldo. En esta estuve dos años para luego pasar a otros colegios de la zona y finalmente acabar los estudios en la Escuela del Trabajo. Al finalizar los mismos empecé a trabajar con 16 años en los talleres de los Hermanos Boullón, que estaban pegados al cine Doré. Luego pasé a los talleres de la empresa de transportes y viajes Cantabria, en Fernando Macías, Louzao, Mora Renault y Edelmovil, donde me jubilé como trabajador especialista en chapa y pintura.

Mis primeros amigos de la pandilla fueron los de la zona de Pedralonga, entre los cuales destaco a Vicente Regueira, Roberto Valdomir, Fernando Coudel, Elena Payas, Julio Eiroa y Jose Manuel Cadorniga. Con todos ellos lo pasé muy bien en unos tiempos en los que no había nada. Eran los años 40 y tener un juguete era un lujo. Nos teníamos que inventar todas las cosas para jugar, como los aros de hierro y los tirachinas, sin olvidarme de las bolas y las chapas. Con poca cosa nos contentábamos. Además, en la zona en la que me crié, rodeada de leiras y campos donde se llevaba la ropa a secar, apenas había circulación de vehículos.

El poder ir al cine los domingos era para mí una cosa extraordinaria. Esperaba con gran ilusión que mis padres me dieran esa peseta de propina dominguera para poder ir al cine y comprar pipas o cualquier chuchería de la época con lo que sobraba de la entrada. Tengo que decir que para que sobrara dinero lo que hacía era ir a general o al gallinero, como así lo llamábamos. También aprovechaba para ir la mayoría de veces al cine Portazgo de San Pedro de Nos, donde trabajaba mi tío Marcelino como acomodador y portero, y así entraba gratis a todas las películas de aventuras en sesiones infantiles. Me acuerdo que en este cine pude ver Lo que el viento se llevó. Otras veces con la pandilla iba a los cines Monelos y Gaiteira.

Para bajar al centro, muchas veces nos enganchábamos en el Tranvía Siboney, que hacía el recorrido de A Coruña a Sada. También solíamos alquilar bicicletas en el puente de A Pasaxe en un taller, aunque era toda una aventura ya que las alquilábamos por una hora y teníamos que pedalear fuerte para que nos diera tiempo y así no nos multaran. Solíamos bajar a todo meter por la cuesta de Eirís, que en esta época era toda de adoquines. La suerte que teníamos era que apenas había tráfico. En verano solíamos ir a la playa de Santa Cristina, donde ayudábamos a los hermanos Los Rubios a remar con sus lanchar de As Xubias a la playa. A veces nos daban una propina o no nos cobraban para cruzar a Santa Cristina.

Como quinceañero, cuando empecé a trabajar, iba a fiestas y bailes en el Saratoga de Monelos, Vizcaya, El Trianon, El Lux de Peruleiro, El Seijal y el del Carnicero de A Pasaxe. Cuando bajábamos al centro los fines de semana íbamos a la calle de los vinos. Solíamos parar en el Patata, Priorato y en el Tanagra. Luego solíamos ir a la Bolera Americana o la sala recreativa El Cerebro.

En esta época empecé a jugar en el equipo de Pedralonga, en el que estuve una temporada, para luego fichar por el equipo del Torre. Ahí pasé dos temporadas hasta que decidí dejar de jugar y hacerme árbitro. Empecé a arbitrar en partidos de Paiosaco, Pastoriza y La Granja. En estos campos nos duchábamos con un cubo y agua fría. A veces teníamos que esperar a la Guardia Civil porque la afición le echaba la culpa al árbitro del resultado. Me ocurrió a mí en un encuentro en Celas de Peiro en el campo del Sueiro. También hice de linier con varios compañeros como Cruz, Echevarría y García de Loza. Años después dejé por completo el fútbol y me dediqué a mi profesión. Me casé a los 26 años con una coruñesa llamada Remedios, con la que sigo felizmente. Era de la calle Hércules y la conocí en un baile. Participamos juntos en la Coral del Castrillón.

Testimonio recogido por Luis Longueira