Domingo, 15 de octubre de 1916. La mañana lluviosa da paso a un soleado mediodía. Fachadas del centro de A Coruña, en Los Cantones, están engalanadas para darle color a la procesión cívica que precederá al descubrimiento de la estatua que honrará a Emilia Pardo Bazán en los jardines de Méndez Núñez. Autoridades públicas, funcionarios, la Guardia Civil de Caballería, instituciones culturales y académicas y la Guardia Municipal están presentes. También dos de los hijos de la escritora coruñesa, Jaime y Carmen, pero Emilia es la gran ausente cuando se destapa la sábana con la bandera de la ciudad que cubre la escultura, obra de Lorenzo Coullant Varela hecha en mármol blanco.

Recoge los actos de aquel día Manuel González Prieto, autor del número 13 de los Cadernos de Estudos Xerais de la Asociación Cultural Irmáns Suárez Picallo, presentado ayer en Portas Ártabras. Tras ocho años en la casa-museo Pardo Bazán, el investigador ha recopilado en unos cuatro meses la información que precede y sucede a aquella histórica inauguración en los jardines coruñeses hace más de un siglo.

El germen de aquel reconocimiento data de 1905, y no en la ciudad sino en Lugo, donde coruñeses residentes tardan diez años en poner en marcha una suscripción popular para esculpir una estatua que homenajee a Pardo Bazán. Los adeptos surgen en Galicia, en Madrid, en Buenos Aires, hasta que la obra, con sus aportaciones, se destapa en 1916.

Aquel día de octubre, hablan en los jardines el alcalde accidental, Gerardo Abad Conde, y el hijo de la autora, Jaime, entre otros. Más tarde, en la plaza de Lugo, se organiza un banquete con casi 300 personas al que sí asiste Emilia Pardo Bazán, también presente por la noche en una cena en Meirás. Admite entonces, entre la emoción, sentirse "confundida por verse inmortalizada en vida con una estatua".

Manuel Ferreiro Badía reproduciría en 2007, 91 años después, una réplica parecida en bronce negro de la pieza original, descubierta también un 15 de octubre. Como recuerdan los cadernos.