Nací y me crié hasta los 18 años en Castro de Elviña, para luego pasar a vivir a la calle Méjico, donde vivo actualmente. Recuerdo que en esta calle había una fábrica de coches de niño la cual no me acuerdo cómo se llamaba y el letrero de la misma ocupaba toda la pared mediana de una casa por lo cual se veía desde lejos.

Mi familia la formaban mis padres, ya fallecidos, Ramón Tasende y Asunción Díaz, además de mis cinco hermanos: José Luis, Ramón, Jesús, Mercedes y María del Carmen. Mi padre trabajó toda su vida en la Compañía de Tranvías mientras que mi madre se dedicó a las labores de casa y a cuidar de todos sus hijos.

Mi primer colegio de pequeña fue el de Castro de Elviña, en el que estudié hasta los nueve años, edad en la que me mandaron a estudiar al Colegio de la Caja de Ahorros, ubicado en la ronda de Nelle, en el que estudié el Bachiller elemental para, poco tiempo después de acabar los estudios, empezar a trabajar en la mercería Otero situada en la plaza de Lugo y, después de unos años, pasé al despacho del abogado coruñés Manuel Iglesias Corral durante 37 años. Desarrollé toda mi vida laboral como oficial mayor de despacho. De todos estos años de trabajo guardo grandes recuerdos y, además, el despacho de Corral y su familia siempre me trató muy bien.

De mis primeros años de niñez y de juegos solo puedo decir que apenas tengo unos gratos recuerdos de los mismos y por lo bien que solía pasarlo jugando con mis amigos de pandilla: Beatriz, Miluca, Merche, Mariluz y Rosita. Teníamos la suerte de tener todo el espacio necesario para jugar en los campos de los alrededores y la suerte de haber poca circulación por la zona, cosa que cambió por completo cuando se terminó de construir la avenida de Lavedra. Fue ya cuando Castro de Elviña estuvo más comunicado.

Jugábamos a todos los juegos clásicos de las niñas de mi época como la mariola, la cuerda y otros. También muchas veces jugábamos con los niños a todos sus juegos y algunas veces como les ganábamos no querían que jugáramos con ellos. Cuando hacía mal tiempo jugábamos en los portales de las casas, con las muñecas o los pocos juguetes que teníamos. Y así pasábamos los días: esperando que llegara el sábado y domingo o algún día festivo para poder ir al cine y pasar un rato ameno. El cine que más solíamos ir era el cine Monelos. Bajábamos andando desde Elviña cruzando leiras muchas veces y otras nos metíamos por la desaparecida Granja Agrícola que nos llevaba directamente a la puerta de los molinos que daba con la arboleda y explanada donde se hacía el mercado de Monelos y, además, donde el trolebús de Monelos a San Amaro daba la vuelta y comenzaba de nuevo su recorrido.

Del Cine Monelos tengo un grato recuerdo de las muchas películas infantiles que pude ver acompañada de todas mis amigas. Si, por suerte, nos daban el dinero de la entrada y algunas monedas sueltas, pues podíamos darnos el lujo de poder comprar pipas en los carritos que había frente al cine y que llevaban unas señoras. Lo mejor para pasar el rato viendo la película era comiendo un pastel de chantilly que vendía frente al cine en una pastelería el cual costaba 50 céntimos y era grandísimo, aunque había otra pastelería que los hacía más grandes: la de A Gaiteira. Tenías que hacer cola y muchas veces cuando las conseguías ya había empezado la película.

Tengo que decir que para mí el bajar hasta A Coruña tanto con la familia como con los amigos era toda una fiesta: unas veces lo hacíamos andando y otras cogiendo el trolebús, ya en la edad quinceañera, en la cual bajábamos a pasear por los Cantones y calle Real si hacía buen tiempo y hacíamos grandes paseos por el centro coruñés. Por la tarde bajábamos de nuevo para ir a los cines de estreno y tratar de pasar en alguna de aquellas películas autorizadas solo para mayores de 18 años. Al salir del cine nos metíamos en alguna cafetería conocida y, después, vuelta para casa, ya que teníamos que estar antes de que se hiciera de noche. En esta época bajaba todos los día a Monelos para llevarles la comida a mis hermanos que trabajaban en el bar Os Belés.

En esta edad quinceañera se me dio por empezar a jugar al fútbol con el equipo de solteras de Elviña, cosa que hacía muy bien, por lo cual me fichó el Gaiteira y jugando con el mismo en un partido tiré una chilena. Tuve la mala suerte de darle de lleno con el balón en la cara a una jugadora y la dejé sin sentido. Fue este incidente para mí tan duro que dejé de jugar al fútbol y decidí meterme en el atletismo, donde estuve hasta los 27 años, y durante estos años gané distintos torneos a nivel gallego e internacional corriendo en medio fondo de 800/1.500/3.000. En esta última categoría fui récord de España en pista cubierta en los años 60 en una celebración que se hizo en el Palacio de los Deportes de Riazor y, cuando empezaron las carreras populares de A Coruña, en las tres primeras ediciones también quedé campeona. En A Coruña tuve como entrenador a Enrique Graña.

Me casé y tengo dos hijas: Ángela y Paula, que ya me dieron una nieta, Sara, la alegría de la casa, que me ayuda, en parte, a superar una enfermedad, un cáncer de mama, que me volvió de nuevo por segunda vez, pero que no me saca las ganas de vivir, ya que soy una persona alegre, que cuenta con la ayuda de mi familia y amigos. Me gusta cantar y, además, recientemente me presenté a un casting de la TVG en Luar llamado Recantos, donde fui seleccionada y me lo pasé muy bien. En la actualidad sigo cantando para mi gran grupo de amigos. Trato de recuperarme y de olvidarme de las sesiones de quimio y participando con mi marido en el grupo de teatro de España +60 de Afundación.

Testimonio recogido por Luis Longueira