Ingenuidad, improvisación, desconocimiento, inexperiencia, inocencia. En la memoria vuelven estas sensaciones al echar la vista cuarenta años atrás y recordar aquellos días de marzo y abril de 1979. A Coruña se preparaba para las primeras elecciones municipales, su primera cita democrática con las urnas para expresar el voto libre y secreto, el 3 de abril. Diez fuerzas políticas, algunas nacidas en la clandestinidad, concurrían con el deseo puesto en los 27 escaños del Ayuntamiento para dar voz a los vecinos y defender un modelo de ciudad acorde con su ideología. Participación, entusiasmo, expectación; "la fiesta de la democracia", se decía entonces. Eran estas también actitudes y emociones que hacían vibrar A Coruña hace justo cuarenta años, en días electorales a las puertas de una época de cambio.

Hoy recuerdan aquel tiempo, a menos de dos meses de las municipales de 2019, integrantes de aquellos partidos y futuros concejales, miembros de la junta electoral e históricos representantes vecinales. Como ahora, el proceso electoral tenía campaña y propaganda en los días previos a las votaciones y los partidos elaboraban, con mayor o menor profundidad, sus programas de gobierno, sus lemas e ideas. En esencia, casi nada ha cambiado, pero las formas, la estrategia y el alcance de ese proceso en la población son ahora distintos.

Dos meses antes había dimitido entre presiones Liaño Flores, el alcalde de la transición. Los partidos, desde la izquierda y la derecha, cuestionaban sus acciones urbanísticas y ponían en duda su gestión democrática. El ambiente propiciaba la necesidad de elegir. "La ciudad estaba expectante y había mucha participación. Los vecinos se implicaban, tenían un contacto más directo con los partidos, se movilizaban en comisiones temáticas y tenían más influencia. Y los políticos tenían más presencia en los barrios", recuerda Ricardo Vales, de la asociación vecinal de Monte Alto y en el comité vocal del Partido Obreiro Galego, una de las tres formaciones que, junto al Partido Galeguista y al Partido Socialista Galego, integraban la fuerza Unidade Galega (UG).

Del contacto más estrecho entre el político y el vecino dan fe más de un aspirante a los escaños municipales. "La campaña la hacíamos en los barrios, con actos y mítines en los que había más cercanía con la gente. Porque muchos veníamos del ámbito vecinal, de la vida sindical, la enseñanza y el asociacionismo", repasa Gonzalo Vázquez Pozo, que fue el número 2 en la lista de UG. Antonio Campos Romay, futuro edil del PSOE, resalta la "colaboración incondicional de la militancia" durante la campaña electoral, que se traducía en "bofetadas" para pegar carteles o conducir coches que exclamaban lemas y anunciaban actos por megafonía: "Poníamos nuestros vehículos, repartíamos claveles, encendíamos radiocasetes con canciones patrióticas. La publicidad funcionaba con el boca a boca".

Hoy, con la política invadiendo cualquier campo de la vida y sus representantes convirtiendo en causa de partido todo asunto de actualidad, es difícil distinguir lo que es campaña electoral de lo que no lo es, y a casi nadie preocupa cuándo empieza y termina o cuánto dura. Hace cuatro décadas las municipales en la ciudad tenían una campaña más ceñida al periodo que aún sigue vigente, quince días, dos semanas de encuentros entre vecinos y políticos y propaganda "en papeles tirados por el suelo de las calles" y la sensación de que los ciudadanos estaban a punto de ser testigos del comienzo de una etapa de desarrollo urbano. "Veníamos de un tiempo de revueltas vecinales por la precariedad de los servicios públicos, lo que nos hacía a todos participar más en la escena política con campañas que no eran profesionales y con una gran expectación por el desenlace de las elecciones", comenta Margarida Vázquez, edil que entró en la Corporación tras la renuncia, iniciado el mandato, del número 2 del Bloque Nacional Popular Galego (BNPG), y que años después fue concejal del BNG.

La junta electoral de zona que veló por el correcto desarrollo del proceso, compuesta por tres jueces y dos vocales del ámbito del Derecho y de Económicas designados por la Audiencia Provincial a propuesta de los partidos, desempeñaba unas funciones que apenas difieren de las que mantienen, establecidas por la Ley Electoral de 1985. La votación del 3 de abril se hizo de nueve de la mañana a ocho de la noche en las mesas electorales, con tres miembros en cada una y los interventores de cada formación. Guillermo Díaz, que desde 1983 formó parte de las juntas electorales, recuerda que los partidos solían "jugar más limpio" en campaña, aunque tenían conflictos por el reparto de los espacios electorales y algunos no se contentaban con lo que tenían asignados y ocupaban lo reservado para otros.

"Han cambiado cosas, ya que antes se votaba en una cabina con una cortina y las mesas no estaban en lugares públicos como ahora, sino en espacios privados que eran cedidos para la jornada, como sótanos o garajes, algunos inhóspitos y sin luz ni calefacción", hace memoria Díaz.

Los partidos ya usaban en 1979 eslóganes sencillos o ingeniosos e ilustraciones para atraer a los votantes.

Antes como ahora eran frecuentes las excusas de los ciudadanos para evitar el puesto asignado en las mesas, razones que debía analizar la junta electoral. “Aquellos días se ponía mucha gente enferma de repente y alguna madre llegaba a la mesa que le había tocado con sus hijos explicando que no podía estar porque no tenía con quien dejarlos”.

A Coruña se inclinaba hacia la izquierda, con corrientes históricas como el PSOE o surgidas del nacionalismo o de ámbitos sindicales, como el BNPG, UG y el Partido Comunista de Galicia (PCG), con César Pintos, Domingos Merino y Rafael Bárez como respectivos candidatos a la Alcaldía. Con más modestia concurrían el Movimiento Comunista de Galicia, la Liga Comunista Revolucionaria y el Partido de los Trabajadores de Galicia, en cuyas filas estaba otro histórico dirigente vecinal, Domingo Verdini. “Ya nos movilizábamos por el desarrollo del plan general, había un importante movimiento ciudadano desde los barrios”, recuerda.

La izquierda se imponía a la derecha, representada por César Cobián al frente de Coalición Democrática (CD), que en las generales de aquel año ya agrupaba a la Alianza Popular de Manuel Fraga, y por la Falange Española. El equilibrio ideológico se lo atribuía Unión de Centro Democrático (UCD), con Joaquín López Menéndez como cabeza de lista.

Recuerdan exediles de aquella Corporación, con sus diferencias ideológicas, “se guardaba más respeto” que el que hoy muestran los líderes políticos. “Salvo alguno que iba a su aire, nos llevábamos bien, y después de los plenos, tras las tensiones, nos íbamos a cenar juntos varios de distintos partidos”, le gusta recordar a Emilio Quesada, número 2 de CD. “Los partidos se trataban con más cordialidad, nada de los desaforos verbales de ahora”, compara Campos.