No sé si es la mejor, pero probablemente sí la más bella de entre las sinfonías de Sibelius esta partitura admirable que es su Segunda Sinfonía. Además, la orquesta realizó una versión soberbia, bajo la batuta del joven director islandés Bjarnason. Debo decir, con total sinceridad, que su técnica rectora, sin batuta, reiterativa y de escasa riqueza gestual, no me había gustado en la primera parte, sobre todo porque la versión de la obra de Fernández Barrero resultó plana, con escaso relieve, lo cual la hizo monótona. Aunque la orquesta se mostró conjuntada y, por momentos, brillante, la partitura no pareció impresionar demasiado a un público que se manifestó con su habitual gentileza cuando el compositor, presente en la sala, saludó desde el palco escénico. Fue mejor la interpretación del concierto debido, sobre todo, a la altísima calidad de la violinista canadiense que realizó una asombrosa lectura de una obra de enorme dificultad. Con todo, en muchos momentos la batuta no consiguió el adecuado balance sonoro, de manera que la orquesta ahogó repetidas veces a la solista. Toca con un singular violín que construyó para ella un luthier norteamericano de apellido Zygmontowicz, que lleva grabado en la tapa posterior un hermoso dragón. Ello, unido a una suerte de jubón de seda de hermosos colores en la gama del rojo acerca a la artista canadiense a la khaleesi, Daenerys Targaryen, personaje excepcional de Canción de hielo y fuego (Juego de tronos), de Geoge R.R. Martin. Desde luego, ella toca con verdadero calor y un entusiasmo que impresiona, sobre todo en el bis que nos ofreció „dificilísimo„, de Esa-Pekka Salonen, La risa olvidada.