Nací y me crié en la calle General Rubín con mi familia: mis padres, Avelino Rodríguez y Josefina Villa, y mis tres hermanas, María Isabel, María Josefa y José Luis. Mi padre siempre trabajó en el muelle pesquero como subastador de pescado y mi madre fue modista y trabajó en la fábrica de paraguas de don Juan Suárez, que tenía un comercio en el Cantón Grande llamado El Bon.

Mi primer colegio fue el de don Nicolás, conocido por el Castilla, hasta los 12 años, y luego mis padres me mandaron al Masculino. Allí hice el bachillerato elemental y al acabar me fui como voluntario a la mili; me mandaron al Parque Central de Transmisiones del Pardo, Escuela de Especialistas, donde estuve dos años al acabar la mili y antes de volver a A Coruña.

Al poco tiempo empecé a trabajar en Accesos de Galicia y de aquí pasé a la empresa Arias Hermanos como práctico topográfico, hasta los 24 años, cuando me dediqué a preparar unas oposiciones para la Caja de Ahorros. Tuve la suerte de aprobarlas y entré como ordenanza en la central de la Caja de Ahorros de San Andrés, recién inaugurado su edificio, donde desarrollé toda mi vida laboral y pasé por diferentes sucursales coruñesas.

Quiero recordar a mis amigos de pandilla en mi infancia y juventud, con los que me divertí mucho, como Gelucho, Guillermo, Miguel, Luciano, Rosa, Margarita, Luisa y Carmen, casi todos de la calle Vizcaya. Jugábamos allí y en las calles Paz, Santander, Asturias, Noya y San Vicente a juegos clásicos como las chapas, las bolas y el ché, los preferidos de la chavalada; con las chicas jugábamos sin complejos a la mariola, la cuerda, el brilé.

Pertenecí a la Acción Católica de Monelos de Santa María de Oza, donde participaba junto a amigos como monaguillo.Lo pasábamos muy bien los domingos, cuando tocaba ir al cine a las sesiones infantiles en el cine Monelos, el Gaiteira, el España y el Doré, o en el centro al Avenida y al Coruña, siempre llenos hasta arriba de chavales para ver películas de aventuras en blanco y negro que nos hacían soñar. Cuando se iba la luz en el cine o se rompía la película montábamos un follón de campeonato, sobre todo los que estábamos en el gallinero. El acomodador del Monelos rociaba el gallinero con ZZ Flic, que mataba pulgas y garrapatas y nos dejaba un fuerte olor que duraba varios días, pero que al menos hacía que no nos rascásemos. También íbamos a las salas recreativas para jugar a las máquinas de pimball, al billar o a futbolines; había tantos jóvenes que era necesario hacer turno.

A las fiestas de cada año en las calle Vizcaya, en Monelos, Gaiteira, Os Mallos u Os Castros íbamos casi siempre a pasar buenos ratos en las antiguas atracciones, donde para nosotros era un lujo subir. Cuando éramos quinceañeros íbamos a todos los guateques de nuestra zona o con amigos que otros barrios, que nos invitaban a bajos o a pisos cuando los padres no estaban. Yo entonces era un poco cohibido con las chicas.

Por aquella época me apunté a la OJE para hacer deporte. La organización nos ponía la ropa y nos daba buenos bocadillos y en el verano nos llevaba de vacaciones. Empecé en el estadio de Riazor cuando tenía pista de arena y durante años hice lanzamiento de martillo y de disco, entrenando con Rodolfo y Gregorio Pérez. Participé en campeonatos gallegos, donde tuve la suerte de conocer a la que sería mi mujer, que era una gran deportista a nivel nacional e internacional en medio fondo en los años 60. Tenemos dos hijas y una nieta.

Riazor y Lazareto, adonde íbamos enganchados en vagones en trenes de mercancías, eran nuestras playas favoritas. Qué tiempos aquellos, que recuerdo cada año con amigos en comidas. Ahora estoy en el grupo Amizades, como cantante y como vicepresidente.