El Vaticano no da puntada sin hilo. Por algo se trata de la única institución, sea cual sea, que se ha mantenido en pie durante cerca de veinte siglos y, por añadidura, sin indicio alguno de que haya llegado el final de sus días. El pastoreo de las almas incluye ocuparse de ese fin último pero solo por lo que hace al bien morir de los feligreses. Ni siquiera en las lecturas bíblicas aparece el final de la Iglesia; más bien al contrario. Cuando todo termine habrá llegado el momento de la gloria suprema y allí estará el conjunto del papado poniendo cara de "ya te lo decía yo".

Entretanto, el Vaticano se ocupa de los asuntos terrenales y lo hace muy bien, a juzgar por lo saneado de la empresa. Pero aunque siga el mantra de su fundador, ése que dice que mi reino no es de este mundo, la Iglesia y, a su cabeza, el Santo Pontífice hacen como que sí lo es. Ejercen una política sutil allí donde asoma cualquier crisis de las propias de los césares, lanzando los mensajes de manera que sea imposible pillarles con el paso cambiado. Así, ante la pregunta de próceres chavistas acerca de si, llegado el caso, podrían contar con que las iglesias católicas les concediesen el asilo, Monseñor Morante, vicepresidente de la Conferencia Episcopal venezolana contestó con la habitual mezcla de paladas de cal y de arena: la Iglesia está abierta siempre pero no hace de alcahueta. Tomemos nota.

Las conferencias episcopales son la reunión de los obispos y estos los nombra el Vaticano. Así que cada vez que hay un relevo en la diócesis se mira con lupa a quién designan desde Roma. El último episodio de nombramiento que ha alcanzado la categoría de noticia es el del arzobispado de Tarragona, puesto en manos de monseñor Joan Planelles quien, sobre sacerdote dependiente del Vaticano, es militante soberanista y ha demostrado su querencia por signos como los de las esteladas. La decisión sigue al pie de la letra la exigencia de la plataforma Volem bisbes catalans que llevaba meses exigiendo que el nuevo prelado tarraconense no fuera ni valenciano ni de Barbastro. Al leer lo sucedido me acordé de inmediato del pareado aquel con el que los charnegos reclamaban que "como somos mayoría lo queremos de Almería".

Monseñor Planelles no es de Almería, es gerundense y militante del compromiso de la república catalana. Las razones que han llevado a Bergoglio a jugar esa baza se desconocen, por supuesto. Y no siquiera se pueden adivinar pero se tiene la impresión de que el nombramiento del nuevo arzobispo de Tarragona tiene más que ver con la política parlamentaria española que con la salvación de las almas. Lógico, dado que a todas luces lo que les preocupa a los fieles tarraconenses ahora mismo va de referéndums, investiduras y presupuestos. Con una clave que aparece en la Biblia al final del Apocalipsis. El que estaba sentado en el trono dijo: ¡Yo hago nuevas todas las cosas! Se diría que el papa Bergoglio apuesta por que así es.