Tras los últimos pianísimos de los trombones, concluyó el Réquiem, de Cherubini. Y Victor Pablo permaneció con sus brazos alzados durante unos eternos segundos; un lapso bastante más largo de lo habitual. Y el público, evidentemente impresionado, mantuvo un profundo silencio. Sólo cuando el director bajo los brazos, prorrumpió en aplausos y bravos. No era para menos. Se había escuchado una versión antológica de una obra que en muchos melómanos (yo, entre ellos) no despertaba demasiado entusiasmo. La versión de la Sinfónica „soberbia„, de su Coro „formidable„ y de Víctor Pablo „un verdadero especialista en el repertorio sinfónico-coral„ nos ha reconciliado con un Réquiem que merced a esta interpretación recupera su auténtica grandeza. El éxito fue enorme y el público, que ya había acogido con una tremenda ovación a quien fundó la Sinfónica y la dirigió durante veinte años, le tributó un homenaje en la despedida. También, con toda justicia, recogió las aclamaciones el director del coro, Joan Company. Si Víctor ha conseguido con una dirección atentísima este resultado, no hay duda de que también se debe en gran medida a la preparación previa del director de una agrupación coral que tuvo uno de sus días grandes. Llenó la primera parte una brillante versión de la Cuarta, de Schumann. La notable lectura de esta preciosa partitura obtuvo también el merecido premio de un público que una vez más merece el calificativo de sobresaliente. Es el que sustenta, el que hace posible la existencia de la Sinfónica de Galicia con sus coros y orquestas. Porque tiene una sostenida tradición musical desde hace tres siglos. Ni las cosas son por casualidad ni un público se improvisa.