Nací en Cambre, en la localidad de Pravio, pero me considero un coruñés más porque conocí la ciudad desde que era muy niño y mi familia tenía parientes aquí por parte de padre. Mi madre, Josefa Seijo, atendía la casa y mi padre, Eduardo Castro, trabajaba en una fábrica de tejas en Espíritu Santo. Manolo, que falleció recientemente, Fina y José son mis hermanos.

El único colegio al que fui fue el nacional de Pravio. Con mis hermanos ayudaba a mis padres a trabajar en las pequeñas leiras que teníamos y a los 13 años comencé como aprendiz de albañil en A Coruña, en cuanta obra o casa hacía, trabajando tres o cuatro años en edificios, con lo que me aseguraba en ese tiempo dinero para comer, gastos y ayuda a la economía familiar. Fue una época de infancia y juventud, en los años cuarenta y cincuenta, bastante sacrificada. Se puede decir que no teníamos ni para juguetes; si queríamos una pistola, la hacíamos de madera con una simple navaja, y los balones, con calcetines viejos que rellenábamos con paja o hierba y que nos servían para un día. Jugábamos también al ché, el aro, las bolas y la rana, en el bar de Toñito.

Facal, Paco, Luis, Guillermo, Teresa, Olguita, Isabel y Encarnita eran mis amigos de pandilla. Empecé a jugar en el equipo infantil de fútbol de Pravio y en Coruña fiché por el Sporting Coruñés, aunque con pena lo dejé porque en la construcción tenía que trabajar desde muy temprano hasta casi el anochecer, y tenía poco tiempo para lo demás.

El primer cine que conocí fue el de Cecebre, que me pareció grandísimo la primera vez que me llevaron, y ponía películas solo los domingos y organizaba bailes. Luego en la ciudad, paseaba con la pandilla por Los Cantones y la calle Real o la de los vinos, y parábamos en bares conocidos como Priorato, La Bombilla, Los Tigres Rabiosos, el Siete Puertas o La Tacita, donde nos encontrábamos con futbolistas del Deportivo. También íbamos a la famosa bolera América, siempre a tope de gente joven. Y a tomar bocadillos de calamares a la plaza de Orense y a la cafetería Copacabana en los jardines de Méndez Núñez.

Cuando tocaba ir al cine, íbamos a los más baratos, en Monelos, la Gaiteira, Doré, España, Equitativa en sesión continua; también al Kiosko y al Rosalía en el centro, este con gallinero, donde se podía fumar. Lo pasábamos muy bien metiéndonos con el acomodador cuando no se oía o veía bien la película.

Hice la mili en Parga, donde las pasé canutas, sobre todo por el frío que hacía. Al acabar el servicio me casé con Loli, que la conocí un día de verano en el río cuando estaba con un grupo de amigas. Tenemos cinco hijos: Eduardo, Loli, Ángel, Luis y Mónica; y dos nietos, Pili y Miguel.

Seguí trabajando en la construcción y me jubilé. Después, gracias a un grupo de amigos, entré como jubilado hace más de diez años en Cantares Gallegos como solista bajo y luego me pasé al grupo musical Airiños da Torre, donde sigo junto a mi mujer y tengo a mi amiga Pilar Aradas como directora. Echo de menos A Coruña de antes, donde toda la gente se conocía y se saludaba por la calle, en la que había más educación y respeto, tanto en los jóvenes como en mayores.

Testimonio recogido por Luis Longueira