Lleva 40 años interpretando al mismo personaje, pero asegura que no se aburre. En cada nueva gira que hace en la piel de Carmen Sotillo, Lola Herrera (Valladolid, 1935) dice descubrir nuevas facetas en Carmen Sotillo, sutiles diferencias en la obra de ese Miguel Delibes que la camelaba en 1979. Cinco horas con Mario, el largo monólogo que emprende una mujer en el velatorio de su marido, es la pieza estrella de la vallisoletana. Tras la cancelación de su representación en la ciudad en 2018 por una enfermedad de la que se afirma repuesta, la actriz cumple con A Coruña este 31 de mayo en el Teatro Rosalía (20.30 horas), donde repetirá el 1 y 2 de junio para hablar sobre los deseos incumplidos, la España gris de los sesenta, y la jaula que habitaban en ella las mujeres.

Lleva desde el 79 representando esta obra de Delibes

Cuando decís eso es como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida [se ríe]. ¡Imagínate! Yo estaría ahora en Ciempozuelos, donde había un manicomio. En realidad, lo he hecho esporádicamente, cada 4 o 15 años. Pero efectivamente, la hemos retomado en distintas ocasiones, y esta se supone que es la última.

¿Está segura?

Habrá que decir la penúltima [risas].

¿Por qué siempre acepta volver a Carmen Sotillo?

Porque es fascinante meterte en los entresijos de una mujer como ella y de una época como la que le tocó vivir. Es apasionante ofrecer algo que avive el recuerdo de lo que pasamos las mujeres, que no éramos nadie. Éramos mamás, cuidadoras, complacientes de los maridos y pare usted de contar. Viendo a Carmen Sotillo en la distancia, la gente tiene un espejo donde mirar si quiere ver.

Ha definido a Carmen como un pilar de su vida. ¿No le confiere mucho poder a la ficción?

No. La ficción está hecha de realidades parciales o completas, pero en este caso la verdad es que yo he conocido esa época de Carmen. Yo he sido mujer en un país donde la mujer no era más que un adorno. Estaba para cuidar la casa, no podía comprar, divorciarse...

Con su pensamiento progresista, la imagino desesperada

No tenías otra salida. Las fuerzas vivas, la Iglesia... Todo tenía que ver para no dejarte respirar, así que o te pegabas un tiro o seguías [risas]. Las mujeres no teníamos derecho a nada, y eso lo he vivido yo dentro de una dictadura.

¿La Transición fue quitarse todos esos lastres?

La Transición fue empezar a caminar y a abrir ventanas. Empezar a luchar por conseguir derechos. Todo eso empezó con la Transición. Pero hay que estar muy alerta, porque ya ves cómo enseñan las patitas por ahí. Están con la patita dando a la puerta y vestidos de Caperucita, y lo mismo que se ganan las cosas se pueden perder.

¿Ha avanzado la mujer todo lo que pensaba en los 70 que lo habría hecho a estas alturas?

Yo no pensé que íbamos a conseguir tantas cosas. Venía de un túnel negro, y era muy difícil imaginar lo que podíamos conseguir. ¿Desearlo? Sí, pero conseguirlo era cosa de caminar. Yo creo que hemos dado pasos de gigante, pero nos queda mucho por recorrer.

Con Cinco horas con Mario

En una parte está superada, y en otra no. Yo creo que el fondo cada sociedad es como los mares. Hay unas corrientes que van para un lado y para el otro, y hay veces que te traen cosas que se había llevado el mar hace tiempo. Por eso conviene tener buena memoria. Al pasado hay que mirarlo sin añoranzas, pero cara a cara para decir: "Cuidadito, que así empezamos y mira cómo acabamos".

A muchos eso les asusta

Pues peor para ellos, porque yo creo que, si no se mira hacia atrás, no puedes ver un horizonte. Es necesario aprender de lo que ha vivido nuestro país para tener limpio el camino.

Habla de mirar atrás, ¿qué ve si se remonta a aquel año 79 con el que empezábamos?

Recuerdo que en nuestro entorno no había ningún apoyo, todos pensaban que nos íbamos a dar un trastazo impresionante, y nos lo decían. Afortunadamente no fue así, aunque si lo hubiera sido, lo hubiéramos dado por bien empleado. Estábamos haciendo lo que queríamos, pero era una época en la que nadie hacía monólogos. No estaban de moda, sino al revés, eran sinónimo de ladrillo.

¿Usted se siente cómoda en la soledad del escenario?

Muy cómoda. Aun con el vértigo que produce. Coges la pértiga al entrar y es como el funambulismo. Vas encima del alambre tanteando al público. Es una soledad medida hasta cierto punto, pero con el placer de ver horizontes que no se ven desde otro ángulo, sino dentro de uno mismo.

Una de las grandes protagonistas de esta obra son las frustraciones que dejan los deseos sin cumplir, ¿le han quedado muchos a Lola Herrera?

Muchísimos. La vida, de entrada, es muy corta para cumplir todos los deseos que uno tenga. Piensa que yo he vivido hasta los 42 años en una dictadura, y en una dictadura tienes todos los deseos por cumplir. ¡Todos! [risas] Así que muchos, pero los he ido cubriendo con otras ilusiones. Si no puedes conseguir llegar a un horizonte, tienes que hacer el camino buscando otros alicientes.

¿El mundo del teatro le ha dado más de lo que le ha quitado, entonces?

El mundo del teatro no me ha quitado nada. Yo se lo he ofrecido. He trabajado en un espacio que me produce un auténtico placer, y así he ganado el pan para ofrecérselo a mi gente. Me he perdido muchas cosas de la infancia de mis hijos que todavía hoy lamento, pero no podía ser de otra manera. Uno no se puede agarrar a todo lo que ha perdido, porque entonces se pasa la vida lamentándose, y hay que disfrutar de lo que tienes ahora.