Ferrán Pujol comenzó su activismo por las personas seropositivas en 1986, cuando le diagnosticaron VIH "antes de que existiese ningún tratamiento". Fue "duro" porque "no había ninguna posibilidad terapéutica", y ese "impacto brutal" hizo que no se conformase solo con esperar. Junto a su marido, empezó a moverse por "Europa y por EEUU buscando información y colaborando con nuestros médicos, que en ese momento fueron personas con un compromiso enorme". En 1993 pusieron en marcha la asociación Hispanosida, en la que han desarrollado proyectos como el Barcelona Checkpoint del que es director. Participará mañana en las jornadas Sida, Comunicación y Sociedad, de Alas Coruña y para las que hay que inscribirse en info@socialdocs.es.

¿Qué es el Checkpoint?

El centro nació en 2006 para colaborar al diagnóstico precoz del VIH en una población muy específica como son los hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres y mujeres transexuales que abarcan la mayoría de las infecciones en nuestro país. Ofrece unos servicios de proximidad, en un centro de baja barrera, que significa que tiene acogida desde el primer momento sin ningún tipo de discriminación ni de moralismo. Con los años nos hemos convertido en el primer centro de diagnóstico de Cataluña y el segundo en España.

¿Fue el primero en funcionar en España?

Es un modelo que adaptamos de EEUU donde los proyectos comunitarios siempre han estado al frente de la respuesta porque es un país que carece de la sanidad pública, no como el nuestro. Obviamente con matices creímos que podía funcionar aquí. Inspirándonos en San Francisco en un proyecto dirigido a los hombres gay, pusimos en marcha algo parecido en Barcelona con unos resultados tan eficientes que se abrieron muchísimos centros por toda Europa.

¿Es el primero de Europa?

Sí que es el primer centro comunitario. Nosotros pusimos en marcha la prueba rápida de VIH y sífilis en 2006. Fuimos los primeros en Europa en las pruebas rápidas de detección y esto provocó un aumento en la demanda de un 300% en relación con la demanda que ya teníamos en nuestro centro cuando ya contábamos con la prueba convencional.

Uno de los objetivos es que se sientan bien acogidos, ¿hay discriminación o incomodidad al ir al médico de cabecera?

Sí, las barreras son múltiples. A veces son las personas las que presuponen que por hablar de sexualidad o por tener múltiples parejas o por no tener una sexualidad compartida con la mayoría de la sociedad, por ser homosexuales, van a ser aleccionados o van a obtener en el mejor de los casos un paternalismo que tampoco buscan, o incluso reproches o broncas, con ese planteamiento de que te haces la prueba porque no te cuidas, es algo que oímos habitualmente en determinados facultativos poco preparados para dar una respuesta a las necesidades de esta población. Acuden a un centro de baja barrera, que parte de la idea de ayudar y no juzgar y hacemos las pruebas rigurosas y las veces que el usuario desee, dentro de una lógica, del VIH y del resto de Enfermedades de Transmisión Sexual.

Una persona, al dar positivo, inicia una segunda fase, ¿cómo es ese proceso?

Es un proceso relativamente complicado. Muy pocas personas tienen como primera idea morir, pero sí son conscientes de varias cosas: una que su salud está comprometida de por vida y el estigma que todavía se asocia con las personas con VIH. Es un momento difícil, porque, no por esperado es menos impactante cuando se tiene el resultado. Y digo esperado porque muchas personas vienen aquí para descartar que están infectados, pero no todo el mundo lo consigue. Es un momento difícil que requiere de cierta habilidad y requiere versatilidad porque cada persona es distinta. Es importante comenzar la desculpabilización del individuo, porque es algo a lo que tiende todo el mundo. La sociedad se ha centrado muchísimo en la prevención en una responsabilidad prácticamente individual, haciendo recaer la culpabilidad en la persona y en el momento del diagnóstico cree que es por su culpa y no por la enorme incidencia que nuestra sociedad ha sido incapaz de reducir en los últimos años, por poner un ejemplo. Todo esto se trabaja en el momento de diagnóstico y forma parte de un proceso complejo, pero la mayoría de las personas suelen reaccionar y reponerse muy bien con el paso del tiempo, sobre todo porque la parte del tratamiento que hoy por hoy es de por vida es fácil de manejar y muy eficaz, capaz de reducir la carga viral a indetectable en pocas semanas y sin efectos secundarios. No por ello deja de ser menos grave una infección por VIH puesto que no es curable y va a acompañar a las personas el resto de su vida.

¿Cuáles son los retos a los que enfrentan ahora?

Estamos a punto de alcanzar ciertos objetivos, como el triple 90 de ONUSIDA, que parece ser que alcanzaremos en 2020. Creo que el reto principal es impedir que se produzcan nuevas infecciones porque llevamos años en un bucle, porque las infecciones no crecen pero tampoco se reducen de una manera significativa. Los objetivos son dos: poner todas las facilidades, todas, para que se diagnostique cuanto antes, para cortar la cadena de transmisión y las personas que dan negativo pero que están en riesgo, ofrecerles mecanismos como la profilaxis preexposición que incomprensiblemente todavía no está aprobada en España, para evitar que se infecten.