Autorretratos, siluetas de acero, dibujos que asombraban a su público y lienzos con los que le gustaba contar historias. Jorge Castillo, artista pontevedrés, lo cultivó todo, y lo consiguió todo. Ya fuera en su expresionismo inicial, o en el surrealismo hacia el que avanzó con el paso del tiempo, el creador ha dejado su huella, y ha abierto camino para que otros autores gallegos, antes más tímidos, asomen ahora también sus piezas a escala internacional. Él llegó hasta la Marlborough Gallery neoyorquina, un hito sin precedentes para su época, con el que se consolidó como embajador de la creación gallega a lo largo y ancho del mundo.

Su labor la ha querido reivindicar la galería Artbys, que ofrece una retrospectiva sobre su producción artística en la que corona al autor con título propio. Jorge Castillo, una leyenda, dicen desde el espacio, y lo demuestran a través de una treintena de pinturas, grabados, dibujos y esculturas, en las que cabe desde el sobrio blanco y negro hasta los colores más brillantes. Perfilados con unos o con otros, los pájaros vuelan entre sus lienzos, desde su etapa de juventud en el 65 hasta los últimos cuadros del 2010. "Es una de las marcas personales" del artista, indica Camilo Chas, director del centro, que ve clara la maestría "cuando miras una obra y reconoces" de un simple vistazo al autor.

En el estilo de Castillo reinan, además de las aves, la insinuación y un deje hacia el relato. "Le llaman el pintor literario, porque con cada obra quiere contarnos una historia", dice Chas frente a un autorretrato del pontevedrés, en el que se le sugiere dormido, soñando tras "haberse tomado unas copas". También hay metáforas en sus grabados, en el dibujo del 79 que ahora cuelga del escaparate y en Caída de la tarde en San Felipe Neri, la obra estrella de la muestra. En su paisaje, con la iglesia marcada por la metralla, contrastan las manchas rojas con las que Castillo "hace referencia a los muertos de la Guerra Civil", a los que recuerda cada vez que pasa por el tramo de esa Barcelona en la que lleva asentado más de 20 años.

Castillo nació en Galicia, pero es un hombre sin raíces. "Estuvo ligado a la diáspora gallega en Argentina, y luego expuso por Europa, Estados Unidos...", dice Chas, que asegura que, antes de él, "nadie había alcanzando cotas tan altas". El pintor fue el primero en "sacar la marca gallega" más allá de sus fronteras y en seguir las nuevas corrientes en un momento en el que la propia pintura experimentaba cambios. Hoy su estela la alimenta en menor medida a sus 84 años desde su estudio en Barcelona, donde pinta más tranquilo tras el auge que vivió en la década de los 90.