Dice que no se dio por vencido hasta casi el último momento, que pensó que era posible la remontada y que todo el cariño que iba recibiendo por la calle - que todavía le muestran quienes le ven por el Concello- se convertiría en votos. Pero no. Cuando salieron las encuestas a pie de urna en la televisión, ya pensó que, si los resultados de las israelitas en todas las ciudades eran coherentes y casaban con la realidad, "¿por qué iba a haber un gran error en A Coruña?". Para entonces, el alcalde Xulio Ferreiro aún fumaba, así que fueron horas de humo, de nervios y de ver cómo se replegaba la ola de ilusión que había surfeado en 2015, y de la que, cuatro años después, solo queda la resaca.

Cuando empezaron a llegar los apoderados a la sede de Marea Atlántica, en la plaza del Humor, con sus carpetas bajo el brazo y le informaban de que "todas las mesas eran iguales", supo que "no había nada que hacer". "Había dos borradores de discurso preparados. No había visto ninguno, entonces ya les dije que me pasasen la carpeta del de 'perdimos', que le echaba un ojo", cuenta ahora ya entre risas Xulio Ferreiro, en el que es todavía su despacho en María Pita. Una oficina grande con una mesa y unas sillas que no ha usado en los cuatro años porque le son incómodas, con un escritorio moderno, con sofás y una mesa de cristal repleta de libros y recuerdos.

Hay dibujos de sus hijos en las paredes y los armarios, los mismos que se tiraron el desayuno por encima cuando entraba por primera vez en el programa Hoy por Hoy, y que le convirtieron en la voz de un padre que, en diez meses, había llegado a alcalde de su ciudad, nervioso por el nuevo empleo y con el reto de mejorar la vida de sus vecinos y, a la vez, de llevar a sus pequeños al colegio, como lo había hecho cuando su despacho estaba en la tercera planta de la Facultad de Derecho y, también, cuando ejercía de magistrado suplente en la Audiencia Provincial de Lugo.

Siguen, desde casi el primer día, las imágenes de la toma de posesión en un marco que le recuerda que consiguió llevar "el pazo a la plaza", la foto del alcalde Domingos Merino, los retratos de su familia y también los de los que, mano a mano, construyeron Marea Atlántica con él.

En su cabeza se había imaginado muchas veces cogiendo el bastón de mando el próximo 15 de junio acabando todo lo iniciado en un mandato en el que solo un presupuesto se aprobó a tiempo y en el que el Gobierno local tuvo que pelear cada apoyo arrancado a los grupos de la oposición.

Estaba seguro de que, si finalmente las urnas le daban una segunda oportunidad, el nuevo Gobierno local no cometería ya los mismos errores de principiante, que llevaría en la mochila mucho aprendido, cuando menos, el "funcionamiento de la casa" y las estrategias de sus oponentes, que su mirada quizá no sería tan limpia, pero sí más experta. En su imaginación, que no está limitada por mandatos ni tiene que ir a examen cada cuatro años, los resultados eran mejores y su próximo Gobierno no dependería tanto del voto de los demás o, cuando menos, sabría llegar antes a acuerdos para evitar el bloqueo a las ideas gestadas.

Con la camisa de cuadros por fuera del pantalón en un día especialmente caluroso, Ferreiro reconoce que hay sillas del Concello en las que no se ha sentado nunca, porque cuatro años no dieron para todo lo que había planeado. Por la cabeza le ronda el descanso, volver a aquella normalidad de 2014, bajar pulsaciones y pensar en un futuro que tampoco tiene que estar obligatoriamente separado de la política y, en el horizonte, las elecciones autonómicas del próximo año, que son todavía una incógnita, porque la decisión no es solo suya y es una ecuación en la que hay muchas variables: sus ganas, su familia, el proyecto, el momento, las fuerzas e, inevitablemente, volver, otra vez, a enfrentarse a la idea de perder.

Tan solo unas horas después de dar la rueda de prensa de su despedida, de su adiós entre lágrimas a la "primera línea de la política", se integró en la Coordinadora de la Marea Atlántica, un órgano de trabajo y de análisis. No tiene vocación de "Pepito Grillo", así que, tiene intención de "ser uno más" y de dar su opinión siempre que se la pidan, pero siempre en los foros internos, alejado de los que, en cuanto tienen delante un altavoz, le van diciendo a los que se quedan lo que tienen que hacer.

Como el buen estudiante que se le adivina que fue, pensaba que las reglas del juego y las estrategias electorales de los demás no les afectarían a los ojos de todos aquellos que les habían votado en 2015 y le entristece pensar que la campaña de desprestigio que denuncia haber sufrido „con amenazas de muerte en redes sociales y anónimos en casa de sus padres„ consiguieron rédito electoral.

Casi 12.000 personas que habían prestado su ilusión a Marea Atlántica, se la dieron a otros partidos el domingo o se la dejaron en casa, esperando a que alguien vuelva a despertarla. Supo que la ola de cambio los había llevado hasta la Alcaldía en 2015 y que, ahora, esa misma inercia había favorecido al PSOE y que eso no hacía a esta ciudad de "pocos defectos" ni mejor ni peor.

"Nosotros tendríamos que haber tenido tres o cuatro proyectos visibles y acabados que pudiesen hacer creer a la gente, sin dificultades, que el resto de proyectos que estaban en marcha también se iban a hacer", analiza Ferreiro, a quien le pesa ahora haber dado "plazos que no eran realistas", no solo por los vecinos que habían confiado en ellos sino también por el propio Gobierno local, que ignoraba todas las dificultades que se encontraría por el camino para poner en marcha algunas de sus promesas.

Es muy consciente de que ahora sigue siendo un rostro conocido pero que la popularidad, igual que llegó, se irá diluyendo. Es cuestión de semanas que dejen de interrumpirle en las cenas con amigos un viernes por la noche para decirle que la ciudad está sucia, y también que las señoras le pidan que se quede un momento con ellas para decirle que, gracias a los huertos urbanos, han recuperado la salud y la vida, que tienen un grupo de whatsapp con compañeras, que gracias a la ayuda a domicilio pueden comer todos los días o que, por fin, no viven en una calle con el nombre de un fascista que les revuelve las tripas.

Por haber tenido la posibilidad de cambiar la vida de algunos de sus vecinos y por ver cómo se le ha escurrido entre los dedos la oportunidad de seguir haciéndolo, lamenta los resultados del pasado domingo, aunque un rincón de su cabeza no puede evitar pensar en todos esos días en los que llegaba a casa y no tenía ganas de hablar con nadie sobre cómo le había ido en el Concello, porque había sido una jornada horrible y porque sabía que le dirían, como tantas otras veces: "A ti esto no te compensa".

Al llegar, los miembros del Gobierno local se bajaron el salario, así que este profesor universitario reconvertido a político debutante perdió poder adquisitivo durante los cuatro años del mandato, aunque no fue eso lo que dejó marca. Le dolió especialmente el día en el que, por error, los operarios de la limpieza barrieron la recién acabada alfombra floral para la Virgen del Rosario y se montó tal revuelo que una mujer acabó tirándole al suelo, en un pleno, un ramo de flores para su "tumba".

No fue fácil tampoco, dice, tomar la decisión de deshacer el triunvirato que habían formado él, su jefe de gabinete „y concejal en la próxima Corporación, tras la renuncia de Ferreiro„, Iago Martínez, y su jefe de prensa, el periodista Rodri Suárez, ni dar la cara y explicaciones tras las cargas en el desalojo del Centro Social Okupado A Insumisa.

Unos golpes que precedieron a una mañana en la que la sede de Marea Atlántica amaneció destrozada y a una campaña que tapizó la ciudad de imágenes de los heridos bajo el título Malleira Atlántica. No fue fácil, dice, ver las pintadas amenazantes en las calles, tampoco la cuestión de confianza ni la primera vez que le cambiaron los presupuestos PP y PSOE.

Pero, ¿se ve Xulio Ferreiro como un nuevo Domingos Merino, un hombre maltratado por las circunstancias y la política, pero reivindicado por la historia? "No, Domingos lo pasó peor que nosotros", zanja el alcalde en funciones, que aún se reconoce en las fotos de los carteles de hace cuatro años, a pesar de la evidencia del paso del tiempo.

"Parece un chaval bastante más joven que yo, pero yo, en esencia, soy el mismo, evidentemente con más veteranía, creo que aprendí bastante en estos cuatro años, tengo más templanza para unas cosas, creo que tengo más carácter ahora y más firmeza, también en las convicciones. Sigo teniendo las mismas ilusiones y valores", resume Ferreiro, que conserva en el despacho una camiseta del Dépor enmarcada y ya descolgada e infinidad de libros que han ido llegando y quedándose en el despacho de Alcaldía y que, ahora, poco a poco, se tendrá que ir llevando a casa, mientras prepara el traspaso de poderes. Todos los libros que le llegaron sin dedicar acabaron en los fondos de las bibliotecas municipales, pero algunos tienen ya su nombre y el olor del día en el que se los regalaron, así que los conservará en su nueva etapa, que promete más tiempo para leer y menos para la urgencia.

Quiere dejarle el Concello a su sucesora „probablemente la socialista Inés Rey„ mejor de lo que se lo entregaron a él, por lo que todavía hay mucho papel que firmar antes de cerrar la puerta y de que, por última vez, los agentes de la Policía Local se cuadren a su paso y suene un timbre cuando entre en María Pita, porque, a partir del 15 de junio, todos esos protocolos, a los que nunca se llegó a acostumbrar, serán seguramente para Rey, como antes lo habían sido para Carlos Negreira y Javier Losada.

Como el profesor que volverá a ser en unos meses, se afana en explicar que la Alcaldía no pertenece a nadie y que "tan sabia" fue la ciudad hace cuatro años, cuando todo iba a favor de Marea Atlántica, como el domingo pasado, cuando le arrebató el bastón de mando de las manos y, con él, sus planes de "impulsar el área metropolitana", de echar a andar el mercado de Santa Lucía o las obras del Remanso, proyectos que no germinaron en estos cuatro años, como la reordenación de las líneas de los buses urbanos, y por los que todavía esperan los vecinos.

Reniega de la pose de sabio solo por haber recorrido ministerios y haber cerrado acuerdos, pero asegura que ya alertó a los cuatro portavoces del PSOE, durante su mandato, y también a Inés Rey, cuando fue elegida candidata a la Alcaldía en primarias, de que "todas las heridas" que se hicieron y que se siguiesen haciendo durante el mandato, todas y cada una de ellas "iban a estar abiertas" cuando se vaciasen las urnas y hubiese que formar un nuevo Ejecutivo municipal.

"Somos humanos, es imposible resetear por muy buena intención que tengamos, pero hay que curarlas y eso no es fácil", dice Ferreiro, a quien le duelen todavía las cinco veces que tuvo que llevar a pleno un cambio en el presupuesto en su primer año de Gobierno, los votos a la par de PP y PSOE y, con estas llagas tan recientes, lucha contra ese sentimiento de "ahora se van a enterar" que amenaza con salir y que intenta acallar las voces de los vecinos que piden a Marea Atlántica que no repita un mandato regido por el bloqueo institucional.

A Ferreiro le suena el teléfono, le llegan mensajes y le queda solo un rato para asistir a la Junta de Gobierno Local, que se zanja en unos diez minutos, y se va confiado del despacho y vuelve, con el mismo andar pausado y hablando con los escasos funcionarios que se cruza por el pasillo, en un día huérfano de buena parte de la actividad municipal. A ese móvil llegaron desde el domingo infinidad de muestras de cariño, no solo por las redes sociales, sino también por privado, de empresarios, políticos y adversarios que le decían que le echarían de menos. Al recordar las llamadas de todos aquellos que eran extraños y que, estos años se han convertido, a veces en obstáculo, a veces en apoyo inesperado, se le escapa una risa, porque nunca les llegó a decir que, si tanto le querían, le hubiesen votado, pero todos saben „y él también„ que lo piensa, sobre todo ahora, que se ha despedido, aunque sin saber hasta cuándo.

"Tengo 44 años, creo que aún me queda mucha vida por delante, mucha vida profesional, personal y, seguramente, vida política. No puedo decir que nunca más voy a estar en primera línea; ahora, a mí lo que me apetece son unos meses de tranquilidad, aunque siempre necesito hacer algo", reconoce Ferreiro a la pregunta de si se le ha pasado por la cabeza alguna vez presentarse a las autonómicas.

Asegura que esta semana no es la más idónea para pensar porque ha sido "una montaña rusa" de emociones. El subidón del fin de campaña, con el Campo da Leña repleto de manos que recuperaban el espíritu de la Marea de 2015, con voluntarios recorriendo las calles para explicar el programa y con las buenas caras a la hora de recoger los periódicos que escribió el equipo de campaña para resaltar lo bien hecho y avanzar las que querían poner en práctica si seguían cuatro años más. Y, después, el bajón de pedir la carpeta con el discurso de los perdedores, el saber que no sumaban, que el Concello ya no sería para él,

Socio del Deportivo, de la grada maratón inferior, se toma los resultados del domingo como un penalti que no entró en el minuto decisivo o como una temporada con algunos partidos buenos, muchos empates y otras tantas derrotas. "Al final, siempre cae el entrenador", resume, mientras bebe de una botella rellenable con publicidad de unas jornadas municipales para los jóvenes.

Un poco más delgado que en 2015, con más canas y ahora en funciones dice que le encantó ser alcalde, estar a la cabeza de un grupo e intentar hacer realidad todo lo que estaba en su programa, ser el máximo representante, para lo bueno y para lo malo, de todo lo que acontecía en el Concello, ver cómo se le "daba bien" eso de representar a la ciudad en las instituciones, ante diferentes públicos, hacer migas con los contrarios y reconocerle a la exministra de Fomento, la popular Ana Pastor, que se pusiese de su lado para hacer una reforma de Alfonso Molina "como Dios manda". Pero Xulio Ferreiro guarda un secreto: detesta "la política en minúsculas", esa parte de las negociaciones por los sillones, de los procesos internos y de las luchas de poder.

"Nunca me gustó pelearme con los que están al lado", reconoce, aunque se metió de lleno en la construcción de En Marea porque no era para él, sino para que las candidaturas municipales de confluencia pudiesen tener un espejo en el que mirarse en las elecciones autonómicas. A menos de un año para que se dispute la Xunta en las urnas, ese espacio político está hecho añicos y, para repararlo y reconstruirlo, cada uno cocina su fórmula. Ferreiro tiene claro que deben ser la vuelta a los orígenes, "la generosidad" y el entendimiento entre los diferentes los mimbres sobre los que se construya el nuevo proyecto.

En su mitin de fin de campaña defendía la ciudad diversa, la ciudad solidaria, que teje redes y que se ayuda y, con la maleta casi en la puerta, se acuerda de las entidades sociales, sobre todo, de las centradas en las personas con diversidad funcional, porque no las conocía, porque era ajeno a su realidad y estos cuatro años le han abierto sus sedes y sus recuerdos, algo que, como tantas otras cosas, se lleva en el equipaje de mano, donde se guarda lo que nunca puede faltar.

Ahora echará de menos las reuniones en aquellos ministerios que tanto le impresionaron la primera vez, aquellas instituciones en las que tuvo que romper estereotipos asociados a la imagen que se quería divulgar de los integrantes de las candidaturas de confluencia y que solo se mantenían en pie "cinco minutos", también lamentará que no sea la suya la firma que esté en el protocolo que invalide los convenios de 2004 para los muelles interiores y se irá a casa, a esperar a que sean otros los que hagan realidad los proyectos imaginados en su primer y único mandato.