Cuatro plantas consagradas a la pócima de la alegría. Una catedral de la cerveza de más de 2.500 metros cuadrados. Estrella Galicia ya vive la cuenta atrás hacia el 19-06. Número mágico que coincide con la fundación de Hijos de Rivera y que es la fecha elegida para la apertura de su museo, Mega, que se inaugura en el polígono de A Grela la próxima semana tras siete años de trabajoMega y cuyas primeras entradas se pusieron ayer a la venta al tiempo que se están colocando los últimos tornillos.

Las visitas pueden ser libres o guiadas y finalizar con un taller de cata, siempre con una pulsera en la mano que permite una experiencia personalizada en varias partes del museo, interactivo y con un importante componente tecnológico, que recorre la historia de la cerveza, de la familia Rivera y de la empresa, una línea temporal que empieza cuando José María Rivera Corral, tras su regreso a A Coruña de años de emigración en Cuba y México, funda la sociedad, que también abastecía de agua y hielo al puerto coruñés.

El recorrido divulgativo del Mega (Mundo Estrella Galicia)Mega Mundo Estrella Galicia parte de un atrio, donde se recibe al visitante bajo una de las grandes cubas del antiguo cocedero que, cortada y colgada a modo de cúpula, da la bienvenida al templo cervecero que está a punto de abrir sus puertas y que fue levantado en el espacio que albergaba la antigua sala de cocción, ampliada y reformada, también hacia el exterior, con fachada de cristales y estructuras rojas que lo abren a entorno. La filosofía es ofrecer una experiencia envolvente, que el visitante inicia dentro de una caña, y para los cinco sentidos. Entre ellos, el gusto, con la oportunidad de morder distintos tipos de cebada malteada y de probar el mosto a partir del que se hace la bebida o la primigenia versión sin madurar de la cerveza.

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MEGA | Así es el Museo Estrella Galicia

La primera sala está dedicada, a la historia de la cerveza, desde que los cazadores-recolectores se sedentarizan y con la agricultura descubren también la mágica bebida de cereal, que tiene a sus primeros maestros artesanos en Egipto. Un gran mural que mezcla imágenes fijas y animadas es la pieza central de la sala. Da paso a varios espacios dedicados a las materias primas, entre ellas, las cuatro generaciones de la familia Rivera, siempre presente en el recorrido, con figuras como Ramón Rivera Illade, el primer maestro cervecero del árbol genealógico, formado en Francia, que heredó y comandó la primera modernización de la empresa. A ellos se suman el agua de Cecebre, sobre la que se puede caminar gracias a las nuevas tecnologías; el lúpulo que crece en As Mariñas, cuyo cultivo se recrea y que se puede oler; los distintos tipos de malta de cebada, que se pueden catar entre un campo de espigas luminosas; y también la levadura exclusiva que se importa cada 21 días desde San Esteban, en Alemania.

El trazado continúa, además de con sorpresas que esperan a que los primeros visitantes hagan spoiler al resto, con la joya del museo, la antigua sala de calderas de cocción, cinco gigantes de cobre que funcionaron de 1972 a 2012 y que ahora se levantan en el corazón de Mega, con ventanas que permiten ver, con proyecciones, los remolinos de la alquimia del mosto hasta la cerveza final. Es el verdadero templo, y por eso, a igual que las decoradas salas de los maestros cerveceros medievales de las abadías, está rodeada por bajorrelieves de cerámica refractaria, restaurados para la ocasión, que están firmados por el futbolista y artista Ángel Atienza, el mismo creador de las esculturas que envuelven la meca garimbera de Cuatro Caminos.

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En dos alturas comunicadas, es también el lugar donde el museo se integra con la fábrica, ya que, desde una privilegiada atalaya acristalada, el visitante puede colase dentro de la factoría, quedarse hipnotizado con las laberínticas líneas de producción en marcha y ver, en tiempo real, cómo se trabaja en una de las unidades de embotellamiento. Para ello, también musealizaron parte de la planta, al destapar una de las máquinas embotelladoras, con capacidad para llenar 52.000 cascos por hora.

Al otro lado del muro del mirador, una larga estantería luce todos los envases de su historia, y los centenares de etiquetas que las ornan, como la primera de 1906, de las pocas verdes antes de pasarse al topacio que protege el líquido del sol; y la primera lata, de 1979. También los barriles, de madera hasta 1971. De ahí, al último espacio, el de la publicidad y los patrocinios, deportivos y musicales, con todos los anuncios desde 1916, cuando la cerveza se podía degustar en la parte trasera de la Estrella, un jardín que el fundador instaló inspirado en los biergarten que vio en Alemania y que es el primer escenario del amor de los coruñeses por su cerveza.