Nací en la calle Capitán Juan Varela, en una época en la que todo eran campos y tan solo estaba la gran Finca del Conde en lo que hoy son los Nuevos Juzgados. Mi familia estaba formada por mis padres, Juan y Juana, mi hermano Antonio y mis abuelos Manuel y Encarnación, con quienes me crié a partir de los cinco años en las casas de los empleados de la antigua fábrica de zapatos de Ángel Senra, donde también vivían mis tíos Encarnita, Enrique, Paco, Quique y Manolita.

Mi primer colegio fue el Labaca, en el que estudié hasta los doce años, ya que a esa edad tuve que ponerme a trabajar, como la mayoría de los chavales de la época. Mi primer trabajo fue en un taller de joyería de la Cuesta de la Unión, Castro López, donde fui el chaval de los recados. Mi jefe envolvía las joyas en papel de periódico y yo las llevaba a la joyería de Benito Dans en San Andrés, lo que hoy sería impensable.

Tras ocho años en esta empresa pasé a la editorial Destino para vender libros puerta a puerta. En aquellos años la gente abría la puerta sin ningún problema y te invitaba a sentarte tomando un café para que le enseñaras los libros, aunque como no tenía dinero, apenas los compraban. Después de cuatro años con este oficio, entré en una tienda de repuestos de automóviles llamada Accesorios Miguel, situada en Francisco Añón y en la que trabajé muchos años. Después, junto con mi compañero Eduardo, abrimos nuestra propia tienda de pintura para coches, de la que seguimos siendo propietarios.

La pandilla de mi infancia estuvo formada por chavales del barrio como Ceibe, Penas, Javier Búa, José Antonio, Carlos, Fraga, Pedro, Isabel, María del Carmen, Julia y Magdalena. Nos aprovechábamos de que todas las calles estaban sin asfaltar y ni siquiera se había abierto la avenida de Os Mallos. Solíamos ir a jugar a los campos de la peña de Senra, San Cristóbal o los Estrapallos, donde estaba la fábrica de boliches. Recuerdo que donde estaba esa fábrica de gaseosas había también un galpón de madera en el que decían que se mataban animales y que luego se daban para comer en un conocido restaurante de la zona en que aseguraban que no sabían de que se trataban en realidad. El caso fue muy comentado en los periódicos de la época pero la verdad es que no sucedió nada y en aquellos años era frecuente que se comieran gatos como si fueran conejos.

Lo que más nos gustaba era ir al cine los domingos con el dinero que nos daban en casa, como el España, Doré, Monelos y Gaiteira, que en las sesiones infantiles estaban siempre llenos de niños. Recuerdo que cuando iba al Doré antes de empezar la película ponían el Cara al sol y el acomodador nos obligaba a ponernos de pie. Cuando empecé a trabajar fiché por el equipo del Sporting Coruñés, en el que jugué cuatro temporadas, ya que tuve que dejarlo para hacer la mili en Artillería.

En esos años me casé con María Palmira, a quien conocí en el baile de El Moderno, de Sada, y con quien tengo tres hijos: Laura, Manuel y Beatriz, quienes ya nos dieron dos nietas: Cayetana y Elia. Cuando éramos novios solíamos ir en pandilla a Santa Cristina, Bastiagueiro, Lazareto y Riazor, así como a Sada en el antiguo tranvía Siboney y en los autocares que llevaban bancos de madera en el techo.

En la actualidad, ya jubilado, hago un poco de deporte para mantenerme en forma y me reúno todas las semanas con mi pandilla en La Solana, donde se nos conoce como la Peña Los Morenos.

Testimonio recogido por Luis Longueira