Dice Estíbaliz Espinosa en sus brillantes notas de programa que "Bruckner dudaba en a quien agradar primero: si a Dios, al público, a sus colegas o a sí mismo." Estíbaliz podía haber añadido otra posibilidad: los críticos. No olvidemos que Bruckner pidió al emperador Francisco José que le dijese a Hanslick „detractor feroz de sus obras„ que no lo tratase tan mal como hacía siempre. En realidad, las dudas (que le acompañaron a lo largo de su vida) deberían haberse resuelto. Agradar a Dios con la música no es empresa fácil pues nunca se sabrá si se ha alcanzado tal pretensión por falta de respuesta; a los colegas, es aún más difícil, debido a que el éxito despierta vitriólicas envidias; a él mismo, tampoco es posible si se posee una personalidad hamletiana; y a la crítica... Bueno, dado mi desempeño, no soy el más indicado para decirlo. ¿Y al público? Pues se opinará lo que se quiera; lo denostarán quienes no tienen éxito; pero es el máximo juez y a quien hay realmente que agradar. A pesar de su duración (70 minutos), la Cuarta Sinfonía ha sido „y es„ una de las más célebres obras del compositor austríaco. En general, el público la asume y la aprecia, con todo lo bueno y lo menos bueno que contiene. El concierto se completaba con una obra que constituía un estreno en España, lo que añadía un plus de interés a su ejecución por parte de la OSG. A pesar de ciertas ingeniosidades tímbricas obtenidas de los instrumentos solistas sobre todo (en especial, de un acordeón provisto de teclado y no de doble botonera como el verdadero bayán), la obra de la compositora ruso-tártara no gustó al público, que despidió a los intérpretes con aplausos, haciendo uso una vez más de su habitual cortesía. La Sinfónica, dirigida de manera extraordinaria por Dima, soberbia. Su Bruckner, de una potencia asombrosa y de una singular perfección, quedará en la memoria musical de la ciudad.