"Es curioso el caso del Apolo de Belvedere. Si alguien va al Vaticano a verlo dos veces, con que hayan pasado cinco o seis años entre ambas visitas, es probable que se encuentre a dos Apolos totalmente diferentes", explica el académico de arquitectura José Ramón Soraluce Blond. Las continuas modificaciones de las que es objeto la célebre escultura, motivadas según las teorías de restauración que priman en cada época, son una de las premisas que explora El Museo Insólito, la nueva obra del catedrático coruñés. El autor presenta en ella, a modo de excepcional sala de exposiciones, los sustratos insólitos, curiosos e incluso perversos que esconden algunas de las obras de arte más famosas de la historia.

"En una época primaba completar las obras de arte; en otra, la autenticidad de lo descubierto, entonces se quitan todos los añadidos. Al Apolo se le manipula tanto que debe estar aterrado, porque cada dos por tres lo llevan a la sala de tortura a cortarle piezas", relata el catedrático. Lleno de anécdotas como esta está plagada su nueva obra, cuyo hilo conductor se construye a través de las problemáticas que plantean diversas obras de arte, más allá de las clasificaciones cronológicas, temáticas o de estilo. "Está el caso del altar del Pérgamo. Lo que hoy se ve en el Museo de Pérgamo es el altar reconstruido. No tiene nada que ver con lo que se encontró en su momento, que eran restos escultóricos que los turcos estaban quemando en hornos de cal", cuenta el autor.

Otro tema problemático que desgrana el libro es la escabrosa verdad que esconde el Ángelus de Millet. "Millet tuvo que rehacer el cuadro porque la pintura original dio escalofríos a sus amigos. El contenido era alarmante, producía terror. Lo que hay debajo del cuadro, que hoy conocemos gracias a procedimientos electrónicos contemporáneos, tiene un significado totalmente diferente al rezo del Ángelus que se contempla hoy", explica Soraluce, para quien este no es, ni mucho menos, el caso más insólito que recoge su nueva obra. "Está el tema de la Muerte de Marat, sorprendentemente irónico por grotesco". El cuadro de la Muerte de Marat es conocido por retratar el homicidio del político jacobino afín a la Revolución Francesa, asesinado en su bañera, tras lo cual fue elevado a la categoría de héroe y mártir. "La bañera en la que murió, lejos de lo que se retrata en el cuadro, tenía forma de bota. Era un tipo de bañera específica que se vendía para ser utilizada por enfermos, como lo era Marat, aquejado de lesiones cutáneas. Marat murió dentro de una bota, que después, con la caída en desgracia de la idea de la Revolución, acabaría en una chatarrería. Es una imagen ridícula", apunta el catedrático.

El Museo Insólito plantea una estructura que en vez de capítulos presenta una serie de salas, que albergan en su interior piezas que, a priori, uno no relacionaría sin conocer esa característica de fondo que las vincula. A continuación, algunas de las salas que componen El Museo Insólito de José Ramón Soraluce, un auténtico viaje a la cara oculta del arte más célebre, y que, en ocasiones, lleva a descubrir también su lado menos amable.

La sala de Montaje. Almacena casos como el del Apolo del Belvedere, las ruinas del arte. Una sala que alberga sobre todo escultura, debido al hecho de que las grandes esculturas de la historia han sido halladas, la mayor parte de las veces, a trozos. En la sala de Montaje se encuentran piezas caracterizadas por haber padecido multitud de reinterpretaciones y añadidos a lo largo de su historia, lo que provoca que, en palabras de Soraluce,"ellas mismas se sientan incómodas con los brazos y las piernas que les ponen".

La sala de lo Irónico. Agrupa las obras "en torno a las cuales se han producido elementos o situaciones cómicas o irónicas", en palabras del autor. Es el caso de una de las Agujas de Cleopatra, un obelisco procedente de Alejandría que hoy se puede visitar en Londres, no sin haber pasado por un sorprendente periplo que acabó con la estructura bajo control ferrolano. "Fue en Ferrol donde rescataron el obelisco del mar, que andaba a la deriva por el Atlántico. No dejaron a los ingleses que se lo llevaran hasta que les pagasen una cuota importante por haberlo rescatado", relata el arquitecto.

La Sala Forense. El lugar para los cadáveres del arte, uno de los cuales sirve como portada del libro. Se trata de La muerte de la Virgen, de Caravaggio, en el que el pintor representa el cuerpo inerte de la Virgen, tumbado como si de una sala forense se tratase, "una imagen durísima, como la de un accidentado de tráfico", a juicio de Soraluce. Hay lugar en esta sala también para el arte gore, donde reina el mal gusto y la escenografía macabra, como expone el autor. "Lo curioso es que suelen ser obras destinadas a la devoción, a los templos. No es que tengan mal gusto, es que en muchas ocasiones causan auténtico asco".

La sala de los Conflictos. Recoge los aspectos más turbios de las obras, aquellos en los que lo que hay detrás de las vidas de los propios artistas influye en la concepción de la pieza. Es el caso de la obra que el pintor Gauguin desarrolló en la Polinesia, donde retrató a sus amantes, en muchas ocasiones niñas de 13 o 14 años, como explica Soraluce. "El resultado de su obra artística es el reflejo de su estilo de vida, algo que a día de hoy causa un gran rechazo y molestia, a pesar de haber pasado a la historia como obras maestras del posimpresionismo".