Cuando llegamos a una edad en la que en los recreos nos dejaban salir del patio, me pasaba por Portobello, por la tienda de discos de la Rúa Ciega, donde la luz seductora de la música empezó a iluminar mi vida, una parte (e importante) de ella. No me bastaba el cuarto de hora escaso de tiempo que tenía para mirar o buscar entre vinilos (entonces muchos) y cedés (los primeros que iban llegando), preguntar por músicos y grupos y hablar con Jaime, con alguno de sus hermanos o con Javier; volvía por la tarde a la salida del colegio, no todos los días, pero sí cada semana para enterarme de las novedades discográficas y conversar un buen rato para aprender con aquellos adultos (y otros clientes) sobre aquella música que debía descubrir, aquel autor que merecía seguir o aquella banda digna de rescatar.

Tendría doce o trece años y mucha hambre de rock and roll, a mediados de los ochenta, y me gustaba hablar con aquel señor que pinchaba música en la tienda, su dueño, que enfatizaba que todo lo que vendía era "maravilloso" y me entregaba los vinilos y cedés en bolsas blancas con un logo de la tienda al pasar por caja. Un tipo peculiar Jaime, de algún modo entrañable, del que no sabías distinguir un recuerdo verídico de un relato fabulado; ahí reposaba su carisma singular.

Tomamos muchos cafés en el Universal, el Bristol y el Contertulia, hablando de películas. Nunca llegué a ser amigo de él (quizá amigos de verdad tuvo pocos), lo apreciaba y era suficiente, le tenía un cercano cariño, y creo que él a mí también. Y a muchos otros. Ayer, al enterarme de que Jaime Manso ha muerto, no pude evitar el melancólico sentimiento de enterrar para siempre una parte de mi pasado.

Para mí, Portobello fue siempre la tienda de discos de mi ciudad (esas tiendas acogedoras y familiares que han ido cerrando en los últimos veinte años, ahogadas por un consumo de la música descuidado o mal concebido), más que un barrio de Londres, el primero que visité precisamente cuando puse los pies allí por primera vez, y donde, por supuesto, compré un disco.

En la Rúa Ciega elegí mis primeras camisetas de grupos musicales, encargué cientos de discos y me hice con mis primeros álbumes de Bob Dylan, de Neil Young, Van Morrison, los Doors, Mark Lanegan, Pearl Jam, singles y discos piratas de U2, recopilatorios de soul y funk, bandas sonoras... Y también en Portobello hice amistades, de las que se quedan por el camino y de las que duran siempre, aunque tardes en volver a compartir el calor de los momentos alrededor de un disco o una canción. Cada uno tenemos una historia propia en Portobello. Y eso, todo eso, se lo debo (se lo debemos) a Jaime.