Levantar la vista por la tarde no hacía presagiar nada bueno para la Batalla Naval. La techumbre de la ciudad completamente encapotada, la humedad de la niebla orzanera inyectada en la dermis. Pero abrió justo a tiempo. Y, aunque con menos público del que suele ser habitual, amedrentado probablemente por la tarde gris y que se tuvo que pelear con bastantes problemas de tráfico en la zona, los fuegos multicolor que cada año pretenden rememorar el asalto de las tropas inglesas de Drake volvieron a iluminar la ensenada con una traca final muy ovacionada.

El Doraemon prometido no resultó muy figurativo pero sí lo fueron los grandes corazones que salieron de la finca de los Mariño, que dio la réplica a los cañones de las Esclavas, ganadores por goleada de una batalla que se prolongó durante 22 minutos sin una sola gota de lluvia.

Drake hizo gala de su puntualidad británica y varios zambombazos secos anunciaron la llegada de sus huestes pirotécnicas un minuto antes de las once de la noche para un asalto que, como cada año, acabó frustrado por la resistencia coruñesa representada en la figura de María Pita.

El lance romántico hizo quemar anoche mucha, mucha, pólvora, más aérea que acuática. Comenzó con una elegante réplica a uno y otro lado de disparos parabólicos cortitos, de color rojo, como balas de colores sin apenas vuelo y acabó con un intenso derroche de fuegos a diferentes alturas, algunos alzados hasta el nivel más alto permitido. Una gran descarga de ruido y humo que recibió un fuerte y prolongado aplauso final de los asistentes.

Se emplearon hasta 700 kilos de material explosivo con figuras bautizadas como el gran champiñón, las palmeras o el fantasma, alguna con diseño digital, y las habituales flores para recrear "un gran jardín en el cielo", según explicaba en los días previos la empresa encargada del espectáculo, Pirotecnica Xaraiva, que preveía realizar más de 5.400 disparos durante la exhibición con material de fabricación propia.