Nací en 1937 en la aldea de Sante, en Sobrado dos Monxes, donde vivían mis padres, que se dedicaban a cultivar la tierra, por lo que yo tuve que ayudarles en ese trabajo desde pequeño. Fui al colegio de mi pueblo hasta los doce años, edad en la que me mandaron a esta ciudad a vivir en casa de mi tía Dosinda en San Andrés, donde residí hasta que me casé.

Al poco tiempo de llegar me puse a trabajar como chico de los recados en la casa fotográfica Lamela, donde estuve casi una década y aprendí todo lo necesario de la fotografía, tras lo que pasé a Foto Blanco, en la que desarrollé el resto de mi vida profesional.

De mi niñez recuerdo lo mucho que me gustaba venir con mi madre a la ciudad a visitar a mi tía, ya que en uno de esos viajes conocí el mar y la playa de Riazor, que me pareció inmensa. También fui por primera vez al cine, que me causó una gran impresión, ya que en mi aldea apenas había nada.

Al instalarme en la ciudad pasé a formar parte de la pandilla en la que estaban los hermanos Calviño, Rey, Calo, Chalo, Matías, Tadeo, Torrecilla, Juan Luis, Tonecho, Andrés y Manolo. Teníamos nuestro local de reunión en el bar Míguez, en la calle del Orzán, aunque también íbamos al bar Peña.

Los festivos solíamos ir al cine, sobre todo al Kiosko Alfonso y al Rosalía de Castro, aunque también íbamos al Doré. En el segundo de ellos comprábamos pitillos en el puesto de Manolita para fumarlos entre todos, sobre todo de Celtas, que eran los más baratos.

Otros lugares a los que íbamos mucho eran las boleras Americana y de Villar, así como al salón del señor Baldomero en la calle Vista, que tenía futbolines en los que pasábamos buenos ratos. Los chicos de mi pandilla aprovechábamos todos los festivos para ir a cuanta fiesta y verbena había en la ciudad y los alrededores, como las de A Silva, O Birloque, San Luis, Gaiteira, Eirís o Palavea, a las que llegábamos andando porque casi no había transporte. Cuando íbamos a El Seijal a veces nos enganchábamos en el tranvía que iba hasta Sada. Todo o pagábamos a escote y, si alguno no tenía dinero, se lo poníamos entre todos.

Solíamos acompañar siempre a la pareja formada por Guimaraens y Alba, llamados los Carotas Brothers, quienes actuaban en el concurso Desfile de Estrellas y para nosotros eran lo máximo, al igual que nuestro amigo Torrecilla, que practicaba boxeo, pintaba y cantaba flamenco en los festivales de Radio Juventud, a los que íbamos a verle, ya que además solían dar unos buenos bocadillos después de las actuaciones.

También acostumbrábamos a colarnos en la plaza de toros para ver las novilladas y los combates de boxeo que se organizaban allí, a los que acudían muchos aficionados. Hacíamos lo mismo para ver los partidos de fútbol en Riazor, donde unas veces trepábamos por la muralla donde estaba el marcador y otras por los árboles que rodeaban el estadio, que muchas veces estaban llenos de gente viendo los encuentros.

Recuerdo que mi amigo Antonio le pidió un día a un conocido un uniforme militar para entrar con una localidad de soldado, que era la más barata, y lo consiguió sin ningún problema. Para entrar en la sala de baile de la avenida de Hércules saltábamos el muro que la cerraba, pero quien era más atrevido en la pandilla era Torrecilla, que en unos carnavales de principios de los cincuenta se disfrazó de mujer con un bañador y apostó a que llegaba hasta San Andrés, lo que consiguió pero perseguido por los municipales y nosotros detrás de ellos, aunque logró meterse en un portal y quitarse el disfraz. En aquella época estaba prohibido disfrazarse de mujer, por lo que solo podía hacerse por la calle de la Torre si la policía hacía la vista gorda, pero si salías de allí, enseguida te ponían una buena multa.

Después de hacer la mili me casé con Chiruca, recientemente fallecida, a quien conocí en la fiesta de Santa Margarita. Tenemos un hijo llamado Javier y dos nietos, Miguel e Inés. Mi única afición hoy en día sigue siendo la fotografía.

Testimonio recogido por Luis Longueira