Desde el momento en el que, con nada menos que siete años de edad, Miguel Ángel Gómez-Martínez dirigió su primer concierto público, se hizo evidente que lo suyo era la dirección. Conocido hoy internacionalmente, ha dirigido en los teatros más importantes del mundo. Los próximos días 13 y 15 de septiembre demostrará su bagaje con Don Giovanni en su estreno en el Teatro Colón.

Don Giovanni está considerada la ópera de óperas. ¿La razón de ser está en la obra de Mozart o en el magnetismo del mito del Don Juan?

El mito del Don Juan es algo extraordinario que ha ido recorriendo la historia desde que Tirso de Molina se lo inventó. La ópera de Mozart es maravillosa porque tiene un equilibrio extraordinario, y porque se anticipa, como todos los genios, a su época, dentro del clasicismo, claro está. Avanza procedimientos del romanticismo. Tiene elementos de orquestación que son geniales, hay un equilibrio entre lo dramático y lo cómico. El final es dramático, el cómo Mozart consigue reflejar esos contrastes está conseguido de una forma que nadie ha conseguido repetir.

Una de sus máximas como director es la fidelidad a la partitura concebida por el compositor. En Don Giovanni, ¿qué es lo primordial que Mozart quiso transmitir?

Es algo clarísimo en la partitura. Todos los intérpretes debemos estudiar a fondo la partitura, y luego conocer muy bien los elementos estilísticos de la época para utilizarlos. Mozart pide que los solistas improvisen muchas veces, estas improvisaciones deben respetarse. Una característica que tiene esta ópera es el uso del sotto voce, cantar a media voz, que casi nunca se utilizaba. En aquella época se cantaba siempre en la misma intensidad y era la orquesta la que hacía las variaciones dinámicas. Todas esas, y más, son las características que Mozart transmite.

En el mundo de los directores, ¿son más los que comparten su visión, o los hay que se dejan llevar por el ego?

Hay mucha división de opiniones. Hay bastantes directores de orquesta que intentan respetar lo que el compositor ha escrito, pero algunos no están preparados históricamente, porque no es solo leer música y saber llevarla a efecto, sino tener conocimiento histórico de cada época para ver como se interpretaba entonces. Esa posible falta de conocimiento del estilo, y también eso que dices de que hay mucho ego, es difícil discernir. Para los que estamos dentro, se puede distinguir quien tiene buena intención y no le sale, de quien tiene mala intención.

Tiene todo el repertorio memorizado a la perfección. ¿Puede suponer un reto a la hora de llevar a la práctica su otra máxima de ser fiel a la partitura?

La he leído mucho antes. No es posible porque me la he aprendido bien, recuerdo todo. En los ensayos siempre uso partitura porque quién sabe si se me ha escapado algo. Con todo, al principio de mi carrera, sobre todo con obras de Puccini, iba descubriendo que algo se me había escapado, algún pequeño accelerando, algún ritardando. Creo que ahora que las he hecho tantas veces, descubro menos cosas que se me hayan escapado.

De la sinfonía a la ópera. ¿Qué prefiere?

No hay preferencias porque son dos mundos diferentes, hay que pensarlo en sentido práctico pero con mucho gusto hago las dos. En el concierto todo el mundo está sentado con sus partituras delante, hay una sola superficie, que el director tiene que coordinar. En la ópera tenemos además, el escenario, donde pasan muchísimas cosas, los cantantes tienen que cantar de memoria a la fuerza, tienen que moverse, batirse con espadas, llevan trajes pesados... en fin, son dificultades para los cantantes que el director tiene que tener en cuenta. La sinfonía es muchísimo más simple, la ópera es más complicada, la dificultad de lo sinfónico es que los detalles tienen que ser muchísimo más

En el caso de la ópera, ¿cómo se debe abarcar la dirección de una obra tan ambiciosa en cuanto a duración e hilo argumental para no perder la coherencia con el libreto?

Me remito a la idea anterior. Debemos intentar reproducir la intención del compositor y ahí está el secreto. Luego viene la idea que tiene el director de escena y con la que debemos convivir. En este caso, estamos teniendo suerte, es una idea bastante fiel a lo que Mozart pensó, y básicamente es eso.

¿Cómo influye la escenografía en la interpretación?

Influye siempre, hay directores de escena que no están preparados, luego otros quieren romper con lo establecido. Yo creo que las rupturas son errores, nadie en la historia del arte ha roto nada, lo que se ha hecho es evolucionar, según la evolución sea más coherente, más satisfactorios han sido los resultados. En música, siempre que se han inventado formas nuevas de componer, se ha hecho sobre las ideas de otros. Por eso pienso que estas direcciones escénicas que buscan la provocación o la ruptura no suelen acertar. La preparación es fundamental, un director bien preparado se deja aconsejar por el director de orquesta sobre cuestiones musicales, aunque tenga su idea de escena bien concebida.

¿En este sentido, cómo es el trabajo con Carlos Saura?

Está siendo muy satisfactorio, la idea que el tiene es muy simple pero muy respetuosa con la música. Todas las posiciones que está haciendo que ocupen los cantantes son siempre favorables para que puedan desarrollar su trabajo en las mejores condiciones. Cuando hay una cosa que puede no funcionar musicalmente, en cuanto levanto el dedo para decirlo, lo tiene en cuenta al momento. Nos llevamos muy bien, creo y espero que será del agrado del público.