Nací en Oza dos Ríos, aunque desde muy joven mi vida se desarrolló en la ciudad, en la que llevo viviendo sesenta años. Ya de pequeña venía con mis padres, José y Ramona, a visitar a mis tíos Jesús y Maruja con mis hermanas Lita, María y Mérida. Me gustaba mucho venir porque la ciudad me parecía grandísima y había muchos comercios y escaparates para ver, ya que donde había nacido no había más que campo.

Mi primer colegio fue el público de Oza dos Ríos, del que pasé a la academia Sistema Martí para estudiar corte, confección y diseño. Al acabar esos estudios, mis padres decidieron venirse también a la ciudad, por lo que dejé la casa de mis tíos y me instalé con ellos en la calle San Luis, donde tuve una habitación para trabajar de modista y dar clases de corte y confección a muchas chicas del barrio.

Durante los años que ejercí esta profesión hice muchos arreglos y confeccioné muchos trajes para mujeres de toda la zona, hasta el punto de que tuve que utilizar otra habitación de mi casa, en la que sigo viviendo y que se salvó del derribo por unos pocos metros cuando se abrió la ronda de Outeiro y cortó en dos la calle San Luis. Mi grupo de amigas lo hice cuando empecé a estudiar y entre ellas destaco a Marisa, Ramonita, Mari Carmen, Lourdes, Pilar, Rosi y mis primos Manolito, Mari Carmen, José Manuel y Fina, con quienes salía los fines de semana siempre en pandilla. Cuando íbamos al centro nos cansábamos de recorrer los Cantones y la calle Real y por la tarde íbamos a los cines del centro o de los barrios a la función de mocitos, de seis a ocho de la tarde, tras lo que tratábamos de aprovechar el poco tiempo que nos quedaba para volver a casa, ya que teníamos que hacerlo entre las nueve y las diez como máximo, ya que estaba mal visto que las chicas llegaran tarde.

Por eso, cuando íbamos a los bailes teníamos que marchar cuando mejor ambiente había en los locales y los días que íbamos a El Seijal había que salir de allí con mucha antelación para poder coger los dos únicos autocares que volvían a la ciudad, en los que todas las chicas íbamos apretadas como en una lata de sardinas. En la playa de Santa Cristina fue donde aprendí a nadar y donde casi me ahogo, ya que cuando estaba subiendo la marea me atrapó un remolino y me llevó hacia abajo hasta que pude salir, por lo que desde entonces le cogí miedo al mar y procuro bañarme en sitios donde no me cubra del todo.

También me acuerdo de las grandes fiestas que se hacían en los barrios de Os Mallos y Vioño y del gran ambiente que se vivía en ellas, ya que acudían vecinos de toda la zona, al igual que a las de Santa Margarita, a las que solía ir con mis tíos cuando vivía con ellos y de quienes guardo un gran recuerdo, al igual que de mis primos, por lo bien que se portaron conmigo hasta que mis padres vinieron a la ciudad.

En la actualidad, ya jubilada, me reúno con mis amigas de siempre y con otras que conocí a lo largo de estos años para recordar los viejos tiempos. También participo con mi marido en los viajes del Inmserso y trato de conocer mundo, porque en mi juventud tan solo pude visitar Madrid cuando me casé, además de Las Palmas de Gran Canaria porque tenía allí familiares.

Testimonio recogido por Luis Longueira