"Yo les tengo cariño a las personas, las máquinas son para vender", dice Copi Roque que, después de haber pasado treinta años tras el mostrador de La Casa de las Máquinas, entre aparatos centenarios, cerrará la persiana el 31 de diciembre. Se jubila y quiere saber qué es eso de tener un mes de vacaciones y de levantarse sin pensar en hacer la declaración trimestral de los impuestos. Quiere disfrutar, ir a la playa, descansar y empezar a vivir un poco lejos de rollos de cinta, botones de letras que se salen y de despertadores que juegan malas pasadas.

El abuelo de su marido, Wenceslao Añón, fundó el negocio en 1922 y siempre „salvo durante la construcción de un edificio vecino que les provocó grietas„ estuvo en el número 145 de la calle San Andrés. Entonces, tampoco se fueron muy lejos, se quedaron en la plaza de Santa Catalina.

"El padre de mi suegro había tenido un negocio de reparar máquinas de coser y relojes con otro socio, se separaron, pero de buenas maneras, sin enfadarse. El socio se quedó con la parte de los relojes y Añón, con la de las máquinas de coser", explica Copi.

El negocio empezó con el alquiler y el arreglo, porque no todas las costureras que venían de las aldeas tenían máquina, así que, cuando llegaban, las alquilaban por días y después las devolvían. Después, la familia fue abriendo camino con las máquinas de escribir, con las calculadoras, los teléfonos y los despertadores.

"Si te fijas,la tienda tiene como una zona para la tertulia, porque mi suegro hizo cine de joven, era muy amigo de Amando de Ossorio, con el que hizo alguna película, entonces, se juntaban aquí y charlaban. Él vendía máquinas de escribir en un tiempo en el que la gente apenas sabía leer y escribir", relata Copi, que ahora solo piensa en liquidar todo lo que le queda en la tienda y empezar una nueva vida como jubilada.

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Empezó a ponerse detrás del mostrador de la firma familiar hace más de treinta años, primero, de manera ocasional, pero cuando se quedó viuda, a los 36 años, ya a tiempo completo para sacar adelante a sus hijos.

Dice que, por sus manos y las de las dos generaciones anteriores que mantuvieron el negocio abierto pasaron "millones de máquinas de todo el mundo". Ahora, son casi un objeto de colección, relegadas por los ordenadores, aunque escritores Manolo Rivas siguen utilizándolas y llevándolas para su puesta a punto, también lo hizo durante muchos años Luz Pozo que, además, fue profesora de Copi. "Hasta diciembre aún cogemos encargos, después ya no", advierte, porque sus clientes tendrán que buscar una alternativa a sus servicios.

Dice que no le da pena que el negocio no llegue a los cien años por tan poco, porque quiere, por fin, descansar y dejar de decirle a los niños que visitan la tienda que lo que hay tras el cristal es "el abuelo del ordenador" o del móvil o de su despertador.

Sus hijos se han llevado algunas de las piezas a las que les tienen más cariño y, el resto estarán a la venta hasta el 31 de diciembre. "Es que tenemos colecciones muy buenas, como la de teléfonos portátiles antiguos, pero cuando te planteas jubilarte piensas: y ahora, ¿yo dónde voy a meter todo esto?", dice. Así que, oferta los pies de las máquinas Singer, también las antiguas máquinas registradoras y las calculadoras, hasta un gato manual muy antiguo al que le falta la manivela de madera y que llegó a la tienda porque un hermano de su suegro arreglaba motos.