Como "un largo crescendo muy gradual" debe sonar el Bolero, según Ravel. Y así sonó para dar remate a un gran concierto con el que se inauguró la temporada de la Sinfónica. Slobodeniouk mantuvo a la perfección el pulso de una obra difícil. La aclamación después de esta obra fue apoteósica. Pero el público había manifestado ya un gran entusiasmo tras las cinco danzas de inspiración gallega que forman parte de la obra Danzas meigas, de Rogelio Groba. Una vez más el compositor pontareán realiza un notable trabajo utilizando motivos gallegos que él reviste de una sabia orquestación y trata mediante juegos compositivos que incluyen la polirritmia y la politonalidad. Brillante versión de la OSG con excelente dirección de Dima; labor rectora detallista, minuciosa, que ya se hizo muy perceptible, con resultados espléndidos, en la conducción del coro en partitura de extrema dificultad: la Sinfonía de los salmos. Es preciso reconocer el enorme mérito que tienen los coreutas y su director, Joan Company, para salir airosos de los choques armónicos, de las duras disonancias, de las complejas entonaciones... El concierto de Saint Saëns es muy hermoso. Como este nuevo siglo ha introducido la sensatez en la valoración de la música, dejando de lado cuestiones ideológicas y posturas iconoclastas, el gran maestro francés vuelve a escucharse con admiración. Moser es un chelista soberbio: toca de modo que todo parece fácil y además lo hace con un maravilloso Andrea Guarneri de 1694. Tuvo dos detalles que lo retratan, además, como persona: el primero, saludar tras el concierto a los dos primeros atriles de los chelos, Rouslana Prokopenko y Gabriel Tanasescu. Y, segundo, dedicar al fallecido, David Ethève, su bis: Sarabanda, de la Suite nº 1 para violonchelo solo, BWV 1007, de Bach.