En un pueblo entre Kenia y Etiopía. Ahí comenzó el activismo de Asha Ismail, una defensora de los derechos humanos que lucha desde hace años para poner fin a los matrimonios forzados y a la mutilación genital femenina. Mañana, la XV Gala de Tierra de Hombres (Colón, 20.00 horas) le hará entrega de un galardón, con el que reconocerá la labor que realiza al frente de la ONG Save a Girl, Save a Generation.

¿Qué significa ser feminista en Kenia?

Es complicado. Al fin y al cabo, yo me escapo, porque vivo aquí [risas]. Pero allí no está bien visto, y ha habido problemas con mujeres que conozco. Han intentado difamarlas para quitarles crédito. Yo soy una privilegiada porque no siento esa presión y odio, pero allí le tienes miedo a tu marido, a tu familia, a qué dirá el líder religioso y la vecina...

Usted estaba rodeada de ese ambiente, y aun así comenzó su activismo.

Efectivamente, pero no era consciente de que era activismo [ríe]. Yo solo quería que no siguiera la mutilación genital femenina. Quería proteger a los míos, pero en ese momento no sentía ese riesgo. He sufrido rechazos, pero, como creía profundamente en lo que defendía, no tenía miedo.

¿Cuándo se da cuenta de que aquello que le presentaban como tradición no era lo correcto?

Hubo varios momentos. Cuando me casaron, cuando tuve a mi hija... Yo creo que la clave de todo fue el parto. Sentí que ella no tenía que pasar por eso, y que yo era la única que podía protegerla de la mutilación.

En África le dan otro nombre, purificación.

Depende de la comunidad. Si cogemos a la Masái no lo llaman así, pero, según ellos, una mujer no está completa hasta que pasa por la ablación. En mi familia, lo llaman purificación porque son musulmanes, y hasta que te quitan el clítoris no eres digna de abrazar esa fe. Pero eso son cosas que ellos han ido metiendo en la religión, porque eso no existe en ninguna parte. Han querido que forme parte de la cultura, pero no es así.

Habla de distintas comunidades. ¿Qué países revisten una mayor gravedad?

Existen países en África donde la prevalencia es del 90%, como Somalia. Y Mauritania no anda muy detrás. Si cogemos Kenia, el porcentaje general ronda el 20%. Pero dentro de las etnias la cifra es elevada, por eso yo diría que hay un riesgo general en todos.

¿Y cómo afronta cifras tan grandes?

Pues es importante comprender por qué, porque cada comunidad tiene sus motivos. Y, a partir de ahí, hablar. Por ejemplo, mi comunidad creía hasta ahora que era un deber de la fe. Por eso en este caso es muy importante trabajar con los líderes religiosos para que lo desmientan. Por otro lado, el razonamiento que usan las organizaciones en contra de la mutilación son las graves consecuencias que tiene para la salud.

No solo para la física, también para la mental...

Sí, es un daño mental permanente, irreversible. Vives con ello toda la vida.

¿Cuántas niñas siguen enfrentándose a esta situación a día de hoy?

Se baraja una cifra de 200 millones de niñas que lo han pasado. Hablamos de mujeres vivas, porque de las que murieron nadie ha hecho un recuento... También está el dote, el precio por una persona. A las niñas las casan cada vez más jóvenes porque así se paga más por ellas, es todo un negocio.

Muchas veces se piensa que eso es una cosa del pasado, se mira con distancia.

Sí, pero sigue pasando, y hay quien lo defiende llamando a eso honor. Dicen que si un hombre no paga una cantidad por una niña no se le respeta, pero no tienen en cuenta que se convierten en compradores. Hay muchas situaciones diferentes, pero la mía era horrible, horrible [silencio]. Pero ha habido un cambio en la generación joven. Tanto los chicos como las chicas están en contra.

Usted lo promueve desde hace años al frente de Save a Girl, Save a Generation, ¿en qué líneas trabaja hoy la asociación?

Ahora estamos en uno de los mejores momentos. Aparte de los proyectos que tenemos aquí, que son las clases de español y la formación con mujeres y con diferentes autoridades, tenemos otra línea para abrir una casa de acogida en Kenia. Sería un hogar para preparar niñas que puedan ser libres, y convertirse en agentes de cambio en sus propias comunidades.

Su propia hija es uno de esos agentes, continúa la lucha que usted inició. ¿Ha prendido una mecha para el futuro?

Sí. El nombre de la organización habla por sí mismo y se está convirtiendo en una realidad. Salvar a una niña es una generación salvada. Sus hijas no pasarán por ello, para ellas será historia. Eso me da muchísima esperanza.