Nací en el lugar de A Cabana, junto a Someso, donde viví con mis padres, José y Enriqueta, y mis hermanos José Luis, María Luisa y Mari Carmen. Mi primer colegio fue el de As Prediceiras, en Monelos, donde estuve hasta los seis años, tras lo que pasé al de don Agustín Díaz, situado en Someso, en el que estudié hasta los quince. A esa edad comencé a trabajar como aprendiz de pintor con mi padre, que también era pintor artístico y llegó a recibir la medalla de oro de Bellas Artes de la ciudad.

Mis abuelos se dedicaban a trabajar el campo en las fincas que tenían en la zona de Eirís de Abaixo, donde les conocían por el sobrenombre de Os Castelos. Hace unos veinte años me trasladé a este lugar al heredar algunas de las tierras que tenían y me hice una casita para vivir y dedicarme a cuidar unas pequeñas huertas.

Mis amigos de la infancia fueron Luis Canosa, Roberto Roca, Maximiliano, Castro, Rodrigo, Juan, Luis, Albertito, Chiruca, Manolita y Rosita, algunos de los cuales también fueron compañeros de colegio. Jugábamos por los alrededores de nuestras casas, que en aquellos años estaban rodeadas de campos porque las familias se dedicaban a la agricultura. Recuerdo que en aquella época O Birloque era una aldea donde no había agua, por lo que teníamos que ir a buscarla a las pocas fuentes y manantiales que había en la zona.

Al igual que muchos de mis amigos, nunca tuve juguetes, ya que a mis padres le costó mucho sacar a la familia adelante. Por eso construí yo mismo con unas tablas de maderas y unas ruedas de acero que encontré un patinete con el que pude jugar unos años. También aproveché latas viejas de sardinas para hacerme algo parecido a un tren al atarlas con un cordel. Esperaba con mucha ilusión a que llegara el domingo para que con suerte me dieran algunos patacones o reales, y ya no digo una de aquellas pesetas de papel, ya que era suficiente para fuéramos a cines de barrio como el Monelos, Gaiteira, Doré y España, así como para comprar también chucherías como chicles, pipas, chufas y hasta palo de algarroba, que nos duraba toda la película.

Otra manera de divertinos era ir a las fiestas de barrios como las de Monelos y A Gaiteira, además de la romería de Santa Margarita, que siempre estaba llena de gente y en la que las atracciones y barracas de feria nos parecían de lo mejor. Recuerdo que a esas fiestas venían adivinos y ciegos que contaban historias y pasaban la gorra después, además de vendedores linimento para los golpes y barquilleros. Cuando íbamos, nos gustaba mucho escucharles como gritaban para que la gente se parase.

Corridas simuladas

En los años cincuenta, en las fiestas de O Birloque se organizaban unas corridas de toros simuladas en las que yo participaba y hacía lo mismo de torero que de médico o de banderillero y a las que acudía mucha gente del barrio para ver el espectáculo que hacíamos.

Tras dejar de trabajar con mi padre lo hice de aprendiz del peluquero Mosquera en Fernández Latorre hasta que marché a hacer la mili en la Marina, donde pude estudiar Náutica, por lo que al terminar mi amigo José Folgar me ofreció un trabajo a bordo del barco Indunaval I, en el que hice la ruta de Indochina durante tres años. Luego estuve en Suiza trabajando en restaurantes, en la imprenta de un periódico y en una que hacía billetes para trenes. Tras varios años de estancia en ese país me trasladé a Bilbao y finalmente regresé a la ciudad en 1968, donde abrí una peluquería en la zona de Juan Flórez en la que trabajé hasta mi jubilación.

En la actualidad me sigo viendo con mis amigos de toda la vida y me entretengo cultivando mis huertas. También canto rancheras con diferentes orquestas de forma altruista cuando me llaman para hacerlo, afición que hizo que me dieran un disco de oro por mi participación en el programa Bamboleo de la Televisión de Galicia.

Testimonio recogido por Luis Longueira