Fue el hacedor de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG), de sus proyectos de cantera, y el responsable de que, cada verano, los músicos salgan a María Pita para hacer vibrar a los coruñeses con su Negra sombra. Víctor Pablo Pérez, hoy director honorífico tras 20 años al frente del conjunto, regresará este viernes a la formación para un recital en el Palacio de la Ópera (20.30 h), donde dirigirá un repertorio en homenaje a Andrés Gaos.

¿Se ha saldado la deuda que se tenía con Gaos?

Por parte de la OSG, desde luego se ha hecho el esfuerzo máximo para darlo a conocer. Este será un recuerdo con dos de sus piezas más emblemáticas. La Impresión nocturna, para él su mejor obra, y su sinfonía En las montañas de Galicia, que recuerda a la tierra por todos los costados, junto a la Cervantina de Juan Durán.

Será un repertorio 100% gallego, ¿incidir más en los compositores de casa era la cuenta pendiente de la OSG?

Yo estuve muchas temporadas, y se hicieron muchísimos encargos y estrenos, tanto de compositores fallecidos como de los vivos, chicos que estaban empezando en aquel momento y a los que la orquesta les ofreció un espacio. Ahora, no lo sé... Pero cuando yo vengo siempre intento programar alguna cosa.

¿Qué siente cuando regresa?

Recuerdo un proyecto muy interesante e intenso. Y tengo la sensación de que merece ser visualizado mucho más. Tanto el Ayuntamiento como la Xunta deberían hacer posible cada dos o tres años una gira internacional importante. La OSG es un referente que hay que mostrar no solo en la ciudad, sino a todo el país, pero hoy no se está dando a conocer.

¿Nacer fue más sencillo de lo que está siendo mantenerse?

La Sinfónica nunca fue una orquesta cara sin posibilidades de mantenerse, todo lo contrario. Hay un convenio en el que el 50% de la financiación ha de ser del Ayuntamiento y el otro 50% de la Xunta. Pero parece ser que no se está cumpliendo, y eso hay que denunciarlo. Si las administraciones no están de acuerdo, deben volver a hablar sobre cómo sostener un Consorcio que ellas mismas han construido. El impacto sociológico y educacional de este proyecto va mucho más allá de los conciertos, está metido en la sociedad civil, y es lamentable que no haya un impulso por darlo a conocer.

Cuando usted comenzó, en la Orquesta Sinfónica de Asturias, la situación era peor. Los conciertos ni se anunciaban

Los primeros meses no. No se hacía ni un cartel, ni un programa de mano. Yo tuve que decirle al gerente que teníamos que construir uno, porque teníamos una imprenta en frente de la oficina. Eran cosas muy elementales, pero también eran otros tiempos. Si le decía que había que comprar dos cajas para contrabajos, él me respondía: "¿Contra quién?" [ríe].

Desde aquella, su labor de hacedor de orquesta se ha limitado a España, ¿no le han ofrecido ser titular a nivel internacional?

No, porque para estar en niveles internacionales hay que estar presente en ellos...

¿Y no le ha interesado?

No he tenido tiempo. La realidad es que estuve 20 años con las dos orquestas, la de Tenerife y la de Galicia, y tenías que estar atento al devenir de las dos. Hablo de audiciones, de ilusionar, de seducir al público y a los políticos... Eso llevaba mucho tiempo. Yo al año tenía libres tres o cuatro semanas, y con eso no puedes hacer una carrera internacional.

¿Es más difícil seducir al público o a los políticos?

Al público es más fácil [risas]. Los políticos son complejos. Piensa que España era un país donde los intelectuales presumían de no saber música. Ahora eso está cambiando un poco, empiezan a darse cuenta de que hay que conocer quién es Beethoven y Mozart, pero cuesta. Yo ahora tengo en Madrid nuevos dirigentes, y tengo que explicárselo otra vez.

Ellos se mueven, pero usted permanece. Ha llegado a estar hasta 20 años con la misma orquesta, demasiado tiempo según Dima Slobodeniouk

Veinte años con una orquesta, si la estás construyendo, no solo no son muchos, sino que son necesarios para darle una estabilidad. Pero veinte años con una ya establecida suelen ser demasiados. De todas maneras, las grandes formaciones han tenido directores con muchos años de trabajo, y gracias a eso se ha configurado una personalidad. Todo depende de qué tipo de director quieras ser...

Usted se ha definido como uno periférico

Periférico porque estuve muchos años en la periferia. Pero lo que me considero es un director que intenta trabajar las orquestas. Sentir que el instrumento de orquesta existe, como lo hace un violín, y tocarlo con mis ideas. Creo que hay que dejar a un lado la técnica para crear emociones. Un director puede dirigir de un modo muy controlado, pero lo más seguro es que con eso no consiga emocionar a nadie. Y si la música no emociona, no sirve para nada.

¿Hay un exceso de rigor en el mundo sinfónico?

En algunos casos sí, de gente que olvida que la música es lo que pasa entre una nota y la siguiente, como decía Mozart. Yo recuerdo mi primera lección de piano, en la que coloqué cada dedo en una tecla, y me dijo el profesor: "Ahora tienes que levantar el dedo y dejarlo bajar". Yo lo hice, y sonó el do. Y me hizo un comentario que ha recorrido toda mi vida: "Ha sonado un do, y es correcto. Pero no ha hablado. Tiene que hablar".