Nací y me crié en la zona de As Lagoas, donde mis padres, Ricardo y Josefa, eran muy conocidos por tener una tienda-bar llamada de Pepa, que desapareció hace unos cincuenta años cuando se empezó a urbanizar el lugar. La tienda fue también un punto de parada para los pocos vecinos que había allí, además de para la pareja de la Guardia Civil que patrullaba la costa al retirarse.

Durante mucho tiempo ayudé a mi madre en la tienda, sobre todo cuando no tenía colegio o en vacaciones, por lo que conocía a todos los clientes y escuché las muchas historias que allí se contaban, que muchas veces duraban horas. Mis amigos eran todos del barrio, como Pandelo, Manolo el de la federación, Andrés el bailarín, Manuel, Camilo y Andrés Solloso.

En aquellos años nos dedicábamos a cazar lagartos, grillos, ranas y todo lo que se moviera. Teníamos un amigo del barrio llamado Choliño que en verano se tiraba al mar desde las rocas de As Lagoas y nadaba hasta las Esclavas, donde muchas veces llegaba antes que nosotros, que le llevábamos la ropa hasta allí. En ese lugar salvó un día de morir ahogada a una monja del colegio que se había caído al agua.

Mi único colegio fue el de don Sergio, situado en la avenida de Hércules, donde tuve como profesor al que llamábamos el Ciruela, que nos pegaba cuando nos portábamos mal y hacíamos trastadas. Allí tuve como compañero de pupitre a Pampín, quien acabó siendo director de un conocido colegio de la ciudad.

A partir de los quince años empezamos a bajar a pasear por los Cantones, la calle Real y las de los vinos para tratar de ligar con ellas. Por las tardes íbamos al cine, además de a las salas de baile Finisterre y Sally, así como a El Seijal en San Pedro de Nós, al que llegábamos caminando, enganchados en el tranvía Siboney o en el viejo autocar de la empresa A Nosa Terra, que salía de la Dársena de la Marina. En esos años empecé a practicar el boxeo en la Gran Bolera Americana con el entrenador conocido como Pata y pude conocer al campeón de Europa coruñés Casal, con quien hice ejercicios de guantes, además de con Gerardo, otro buen boxeador. Durante ese tiempo disputé en la Fábrica de Tabacos 21 combates y los gané todos, la mayoría por K.O. y a boxeadores asturianos y portugueses y, aunque eran muy peleones, apenas recibí golpes que dejaran secuelas en la cara.

Compaginaba esta afición con el arbitraje de fútbol modesto en el antiguo campo de La Granja y en el que estaba detrás de la grada de Maratón en Riazor. Casi siempre fui juez de línea con el árbitro Rodríguez, al que llamaban El Coyote porque no había ningún jugador que le levantara la voz. A los diecisiete años empecé a trabajar en Cafés El Trópico, en la que estuve hasta que me casé. Luego me fui a trabajar a Inglaterra de cocinero unos años aunque entonces solo sabía hacer una tortilla francesa y acabé de jefe de cocina del restaurante Dick Turpin. Al cabo de cinco años volví a la ciudad para trabajar en la tienda de electrodomésticos Jesús Lago y Lago, donde tuve como compañero a Payón, que participaba todos los años en los apropósitos de los carnavales. Luego abrí una tienda de venta de piensos en la que jubilé y ahora me dedico a pasear con mis hijos, Soledad, Paula y Pedro, y mis nietos, Candela y Alejandra.

Testimonio recogido por Luis Longueira