Nací en 1921 en una humilde casa de la avenida de Hércules frente a la fábrica de jabón El Candado, que desapareció cuando se incendió en los años cincuenta. Mis primeros años de vida fueron muy difíciles para toda mi familia, ya que vivimos grandes penurias para salir adelante, sobre todo mi madre, que hasta los años sesenta vendió pescado tanto en la plaza de Lugo como por la calle, para lo que llevaba una gran patela en la cabeza y gritaba para que la oyeran las vecinas y bajaran a comprar.

Tuve seis hermanos, cuatro de ellos mujeres, y varios de ellos murieron muy jóvenes sin disfrutar de la vida a causa de las enfermedades, ya que a principios de los años treinta las medicinas eran un artículo de lujo y la tuberculosis y la tisis se llevaban a la tumba tanto a jóvenes como a mayores de las familias sin recursos. Del único colegio al que fui poco puedo decir. Me acuerdo que daban un bollo de pan y una taza de leche que te hacían feliz un momento y que si nos daban una naranja o una manzana la guardábamos como un tesoro.

A los ocho años me tuve que poner a trabajar, como algunos de mis hermanos, y me dediqué a limpiar casas, hacer recados y vender pescado con mi madre. A los doce años empecé a trabajar en la fábrica de pieles y tripas de Mariño, cerca de donde hoy está la Domus. Durante la guerra civil también lo pasamos muy mal, pero gracias a lo que ganábamos pudimos pagar el alquiler del piso, en el que no había baño y teníamos que calentar el agua en la cocina bilbaína para luego bañarnos en un gran barreño una vez a la semana, ya que hasta el jabón estaba racionado y solo nos daban una pastilla al mes.

Siempre tenía miedo de romperme un brazo o una pierna, ya que como no podíamos ir a un médico, me llevarían a la Casa de Socorro, donde te curaban como mejor podían y mis amigas me contaban que el primer mes lo pasaron fatal para soportar el dolor y temiendo coger una infección.

De mi juventud no tengo ningún recuerdo agradable, ya que durante ella tuve que vivir tanto la guerra española como la mundial. En 1947 me casé tras unos años de noviazgo en los que solo podía asistir con mi novio a las fiestas de los barrios, pasear e ir de vez en cuando al cine, ya que hasta mediados de los años cincuenta todavía la vida seguía siendo difícil. Al casarme fui a vivir a la calle San Luis, donde apenas había casas y sí muchos campos y la antigua fábrica de calzado de Ángel Senra.

A finales de los años cincuenta nació mi segundo hijo y las cosas empezaron a ir mejor, aunque seguía habiendo escasez de muchos productos. En San Luis tuvieron mucha fama las fiestas de la calle que se hicieron durante muchos años y que competían con las de las calle Vizcaya, el Gurugú y Eirís. Las familias del barrio solíamos acudir también a la romería de Santa Margarita, en la que había que madrugar para coger sitio para comer sobre la hierba con un mantel.

Otros lugares a los que íbamos para pasarlo bien eran la Estación del Norte, la Granja Agrícola, la estación de San Cristóbal y los alrededores de la Casa Cuna, que estaba junto al cuartel de Artillería, la empresa Conde Medín y el depósito de máquinas de vapor de Renfe. También íbamos a la plaza de A Palloza y el monte de Castiñeiras, donde años después se construyó la nueva iglesia de San Pedro de Mezonzo. Las madres llevábamos a nuestros hijos a jugar a todos esos lugares, donde se divertían con sus amigos, mientras nosotras charlábamos.

En verano solía ir a las playas de Riazor, San Amaro, As Xubias y Santa Cristina con toda mi familia y muchas veces lo hacíamos andando tanto a la ida como a la vuelta, ya que muchas veces era imposible coger el tranvía por la cantidad de gente que llevaba cuando salía desde la parada de Cuatro Caminos.

Testimonio recogido por Luis Longueira