Poderosa y domesticada. Me refiero naturalmente a la voz de la cantante estadounidense, Sondra Radvanovsky. La soprano posee un instrumento de una calidad extraordinaria: hermoso timbre, formidable potencia, amplio fiato. Es una fuerza de la naturaleza que ha experimentado un acertado proceso de domesticación, de manera que hoy esta voz grande, potente, intensamente timbrada, se muestra flexible, dúctil, capaz de realizar un importante control del volumen que le permite lograr los agudos más impresionantes, con una intensidad y una fuerza que anonadan, y los pianísimos más sutiles, incluyendo los dobles reguladores y utilizando con profusión y general acierto el registro de cabeza. Por ello, tiene un gran mérito que en el recital incluyese algunas canciones de Bellini y de Puccini; pero, a pesar de que las resolvió correctamente demostrando su gran control del volumen, donde la voz de Sondra se halla verdaderamente bien situada es en la ópera; sobre todo, en el repertorio de dramática e incluso en el de lírica spinto. De hecho, el recital estuvo centrado en las arias de Verdi ( Il corsaro, I Vespri Siciliani, La forza del destino, Macbeth); de Puccini ( Manon Lescaut y Tosca); de Vivaldi ( Bayaceto); de Donizetti ( Roberto Devereux); de Dvorak ( Rusalka); de Cilea ( Adriana Lecouvreur); y de Catalani ( La Wally). Las dos últimas ofrecidas como bis en unión de Tosca, y la preciosa canción de El mago de Oz, de Herbert Stothart. Si he de elegir entre tanta belleza algunas perlas del más preciado oriente, señalaría la impresionante versión del aria final de Lady Macbeth; los reiterados matices obtenidos con los volúmenes en La forza del destino; la impecable adecuación vocal en Adriana Lecouvreur; y la contenida e intensa expresión en Tosca. El público manifestó un enorme entusiasmo, de manera que, con notable generosidad, Sondra Radvanovsky ofreció hasta cuatro bises. Solo una cuestión que debería tener en cuenta esta gran artista: ella no necesita establecer una complicidad con el publico mediante la excesiva locuacidad; le basta la voz para convencerlo y hasta arrebatarlo. Manoll fue un pianista acompañante ideal por su flexibilidad, su precisión y su adecuada sonoridad para dar realce en todo momento a la cantante.