Nací en Sobrado dos Monxes , aunque ya a los cinco años mis padres, Emilio y Pilar, me enviaron a esta ciudad para vivir en casa de mi padrino y tío Eugenio en la calle Santo Tomás, donde residí unos cuantos años hasta que mis padres decidieron venirse también con mis siete hermanos para trabajar él en la construcción y ella como cocinera en un conocido restaurante.

Mi único colegio fue el Vázquez, en la calle Orillamar, en el que estudié hasta los doce años, edad a la que me puse a trabajar para ayudar a mis padres. Como casi todos los chicos de mi época, empecé como recadero y aprendiz en una fábrica de pinturas de la calle del Orzán, para dos años más tarde pasar a Decoraciones Europa, situada en Monelos, donde estuve cinco años, ya que entonces tuve que hacer la mili en las baterías de artillería del monte de San Pedro y en las de Monticaño, en Pastoriza, donde fui uno de los soldados que hicimos los últimos disparos con aquellos cañones.

Yo estuve en la sala de carga de disparo de los grandes cañones de San Pedro, cuyos proyectiles pesaban 800 kilos, por lo que cuando se dispararon se dio aviso a todos los vecinos próximos para que cerraran las ventanas, ya que había peligro de que se rompieran los cristales. Recuerdo que disparamos a un blanco que era un viejo barco situado a treinta kilómetros de distancia, al que dimos de lleno. Para presenciarlo acudieron el capitán general de Galicia y otras autoridades, quienes, como todos nosotros, quedaron impresionados al vivir aquel acontecimiento, que pocas personas pudieron presenciar en las propias baterías.

Lo pasé bien durante la mili, ya que me tocó cuidar el caballo de mi capitán, al que sacaba a pasear por la zona militar hasta la taberna del peñasco, donde hacía una parada y un día se me escapó el animal, aunque por suerte fue él solo hasta el destacamento, por lo que no se enteraron y no me echaron la bronca. Al terminar la mili me independicé y trabajé como autónomo en las reformas de viviendas hasta que me jubilé.

Mis amigos de toda la vida fueron los de la calle Santo Tomás, entre los que destaco a Benegas, Pepe, Souto, Ricardo, Suso Vidal, Carlos y Manolo, con quienes jugaba en los campos de la Luna, Marte y de la Torre de Hércules, así como en los alrededores de Santo Tomás. Aunque lo que más nos gustaba era el fútbol, también íbamos al futbolín del bar La Montaña hasta que el dueño nos echaba por hacer trampas y poder jugar mucho más tiempo.

Como ir al cine era un lujo para nosotros, teníamos que esperar a que nos dieran la paga para poder ir al Hércules a ver las películas de aventuras en las butacas del gallinero, a las que llamábamos de las pulgas. Cuando empecé a trabajar, dejaba casi todo mi sueldo en casa, por lo que cuando había buenas mareas iba a recoger marisco que luego vendía en el lavadero de San Amaro, mientras que en verano y en el estadio de Riazor vendía cervezas y refrescos.

A partir de los doce años comencé a jugar en el Marte, aunque lo dejé porque me gustaba más entrenar a los niños, lo que hice hasta ir a la mili. Al terminarla fui directivo del club y, ya de casado, fui árbitro de fútbol sala durante 25 años en División de Honor, por lo que recorrí toda España y dirigí el que jugaron aquí el Chaston y el Interviú cuando jugaba en este último José María García.

También fui directivo de la asociación de vecinos de Monte Alto y del equipo de chave de la misma. También soy en la actualidad presidente del Marte, en el que me siento orgulloso de haber participado en la creación del primer equipo femenino de chave de la ciudad „formado por algunas socias como Jessica, Iria y Lucía„, que compitió contra otros de Vigo y Portugal en el primer campeonato que se realizó en la ciudad.

Testimonio recogido por Luis Longueira