Desde que en 1967, el coreógrafo cubano, Alberto Alonso, a petición de Maya Plisetskaya, creó un ballet sobre Carmen, la ópera del compositor francés, Georges Bizet, con música finalmente de Rodion Schedrin (tras el rechazo sucesivo de Shostakovich y Khachaturian), la obra no ha tenido más que problemas y controversias, sobre todo en Rusia. Parece, sin embargo, que los públicos occidentales la han aceptado con bastante naturalidad; pero sigue dividiendo a los espectadores. Tal como sucedió el sábado en A Coruña. Y, sin embargo, la versión incontaminada de Schedrin tuvo un gran éxito cuando la interpretó hace catorce años esta misma orquesta en esta misma sala, aunque sin representación alguna. Tal como la concibió Schedrin, la partitura puede considerarse, a la manera del crítico Sanderson, como "iconoclasta, pero entretenida"; o bien, tomarla como un verdadero homenaje al malogrado compositor francés (falleció con 37 años). Ahora bien: la versión actual difiere en algunos aspectos importantes de la original de Schedrin. Por ejemplo, se incluye a un personaje (el Niño) que Johan Inger utiliza como espectador y hasta como narrador de la tragedia; el resultado de la idea, con el muchacho deambulando por la escena, parece poco halagüeño. En cuanto a la música, la versión de Schedrin es suficientemente original (solo cuerda y una abundantísima percusión); pero se interpola con frecuencia el sonido (con elevados decibelios) de una cinta que contiene otra clase de música, que nada tiene que ver con Schedrin y mucho menos con Bizet, debida al compositor, Marc Álvarez. Espléndido el Ballet Nacional que fue aclamado, al igual que la pareja protagonista, la Sinfónica de Galicia y el director, Manuel Coves. Ocho grandes paneles, que se unen, se separan y se desplzan sobre las tablas en distintas disposiciones, crean diferentes ámbitos escénicos. La idea, aunque no original, resulta eficaz.