Un bailaor es como el vino, mejor cuanta más experiencia y cuantos más años pasan. O eso dice Sara Baras (Cádiz, 1971) que le ocurre. Cerca de cumplir los 50, la artista se encuentra lejos de pensar en retiradas, y taconea con más fuerza que nunca. El 5 de diciembre estará en el Palacio de la Ópera con Sombras (21.00 h), su último espectáculo, con el que celebra las más de dos décadas de su compañía con la farruca como hilo conductor.

¿Qué recuerdos la asaltan en este espectáculo?

Maestros, públicos, momentos... Situaciones que te han marcado y que te han ayudado a evolucionar y a experimentar el agradecimiento que sentimos. Son cosas que creo que uno no debe olvidar nunca, ese cañonazo de energía provocado por estos 20 años sin parar intentando dar el 100% de lo que somos.

¿Han cambiado sus parámetros como artista estas décadas?

Mucho. Me gusta pensar que ya empecé siendo muy valiente. Hoy día es diferente, pero hace 20 años tener una compañía con esa edad no era lo normal, y eso es algo que me ha marcado mucho, igual que la farruca. Es algo que hice hace mucho tiempo y que tenía una audacia que para mí ha sido importante recordar.

Hacer la farruca, ¿la convirtió en la primera feminista del flamenco?

(Risas) La verdad es que no. Es cierto que ha habido momentos en los que los hombres podían sentirse realizados y, sin embargo, las mujeres volvían a casa a hacer la cena. Pero yo he crecido en una generación en la que se nos valora independientemente de si eres hombre o mujer. Claro que la farruca, al ser un baile de hombres, fue fuerte al principio. En su momento, les pregunté a mis maestros qué les parecía, pero fue muy positivo.

Habla de un palo que no admite adornos, ¿es lo que necesitamos hoy, menos impostura?

Pues sí (ríe). Yo siempre digo que es un palo donde no puedes esconderte, donde tu verdad va por encima. Y hoy en día también tendríamos que pensar que las cosas están demasiado cargadas de adornos. Yo lo decía con mis trajes. A veces el lunar no hace falta que lo lleve tu vestido, lo tienes que llevar tú por dentro.

Decía que la farruca ha sido uno de sus refugios. ¿Y su abuela y su madre?

También, sobre todo mi madre. En mi casa, mis abuelas han sido unas mujeres dignas de admirar. Pero, en este caso, a quien le debo todo es a mi madre, porque es mi maestra. Es la que me ha enseñado a amar el mundo del flamenco, y he encontrado un sentido a mi vida gracias a ella.

¿Cómo fue en su caso? ¿El duende se sobreentendía o se descubrió?

Yo creo que el duende se ve. Y yo tengo la suerte de que mi madre en mí lo veía. Me veía con posibilidades de hacer una carrera en el mundo de la danza.

Dice que cuando comenzó era más inocente, ¿de qué la han desengañado los años?

Hay muchas injusticias, muchas cosas feas y que son difíciles. Sin embargo, también está la oportunidad de transmitir una lucha y un sueño, y poder contagiar a la gente joven el entusiasmo. El desengaño y las decepciones de la vida las encuentras al doblar la esquina. Pero yo soy una persona positiva, y consciente de que tengo un trabajo muy bonito.

¿No son tiempos agitados para el flamenco? Da la sensación de que se ha abierto una brecha entre lo viejo y lo nuevo

Yo creo que la enseñanza de los mismos maestros es que respetes la tradición, pero que tengas una técnica lo más alta posible como para olvidarte de ella. En el momento en el que te dejas llevar por lo que sientes, aparece lo que eres. Si te expresas desde tu corazón de hoy, aparecen situaciones actuales, y ahí ya hay una verdad. No es solo el hecho de querer hacer algo nuevo, sino de ser fiel a lo que significa ser una artista.

No hace tanto que se fueron algunos de los grandes, como Enrique Morente o Paco de Lucía, ¿hubo un sentimiento de orfandad?

El hueco ha sido tremendo. Se han ido como todos a la vez y muy rápido, y es algo que nos va a costar todavía. Nos han dejado un legado muy grande, han sido los que han marcado un antes y un después en el mundo del flamenco, los que han abierto puertas... Y nos tendrá que pasar factura el que se nos vayan.

Usted trabajó con los dos, codo con codo

Sí, y con Camarón... He tenido la suerte de tener sus consejos, con algunos muy cercanos como Paco. A mí me marcaba mucho el escuchar cómo hablaba del flamenco como un arte grande con seriedad y compromiso.

Es que es una disciplina muy sacrificada, ¿a usted le queda algo después de tanta entrega?

¡Me quedan todavía más ganas! (risas). Terminas y ya estás pensando: "Mañana, ¿y si hacemos esto? ¿Y si cambiamos lo otro?". ¡Es un vicio! En vez de acabar agotada, sigues ahí porque, cuando amas el mundo de la danza, buscas esos momentos de magia, de silencio y de nervios en el teatro.

Pronto cumplirá sobre las tablas los 50, pero nadie lo diría con la energía con la que pisa el escenario...

¡Desde luego! Te digo una cosa. Cuando fui mamá, fue la primera vez que me paré y que vi la vida sin baile. Y pensaba que iba a tener que aprender a bailar con menos velocidad y fuerza, de otra manera. Pero todo lo contrario. Lo que me ha sorprendido es que estoy más fuerte que cuando tenía 20 años. Disfruto más ahora el baile que antes. Entonces claro, me dicen: "¿Cuándo piensas retirarte?". Y yo digo: "¡Ahora no puedo!" (ríe).