Me crié en la calle Riego de Agua, donde viví con mis padres, Tomás y Luisa, él funcionario de Correos y Telégrafos y ella costurera y modista en el taller El Mundo. Mi primer colegio fue la Academia Mercantil, situada en mi calle, en la que estudié hasta los diez años, momento en que me cambié a la academia El Ángel, en la plaza de Lugo, hasta que a los catorce entré en el instituto Masculino.

Al terminar el bachillerato empecé a trabajar de pinche y aprendiz en el obrador de Ipasa en A Grela, donde me cansé de fregar cacharros de todo tipo, por lo que a los dos años pasé a la primera tienda de electrodomésticos que abrió GEF en la calle Benito Blanco Rajoy. Trabajé en esa empresa durante trece años, en los que aprendí mucho de este tipo de productos, que en aquellos años se vendían sin descanso. Posteriormente entré en Fagor Muebles de Cocina, en Pocomaco, donde desarrollé el resto de mi vida laboral como jefe de ventas para España y Portugal.

Durante los años que estuve en GEF formé parte del equipo de fútbol de la empresa, en el que estuvieron grandes futbolistas modestos de la ciudad, por lo que fue muy conocido. Tengo un gran recuerdo de esa etapa, en la que hice grandes amigos.

Mi pandilla de la infancia estuvo formada por Manolito el del bar, Esegui el frutero, Raúl, Javier, Juanito, Ramonín y Antonio, con los que jugué en el atrio de la iglesia de San Jorge y en la plaza de María Pita, que entonces estaba sin asfaltar. Allí solíamos jugar al fútbol, ya que en San Jorge nos llamaban la atención por el follón que montábamos, aunque antes teníamos que enterarnos si estaba el guardia municipal al que llamábamos el tocapelotas, ya que era el único que no dejaba jugar a los chavales y les quitaba el balón.

Solíamos ir al cine Hércules y al Kiosko Alfonso, ya que eran los más baratos para los niños, pero cuando ya iba al instituto, si mi abuela María me daba la paga, iba al Rosalía, París o Coruña, así como al Avenida, que era el punto de encuentro de cientos de personas, así como los soportales del Rosalía, donde comprábamos pitillos sueltos en el puesto que había allí.

A partir de los quince años comenzamos a ir a todas las fiestas de los barrios, como las de A Gaiteira, Ciudad Vieja, Monte Alto y Gurugú, además de a las del Carmen en Cerceda, ya que mi primo Ricardo, quien estuvo viviendo en mi casa hasta los catorce años, me invitaba a ir allí.

Recuerdo que los jueves íbamos a los bailes de La Granja, en San Agustín, conocidos como los bailes de rosa porque iban muchas chicas que trabajaban de criadas y ese día libraban. Allí toca la orquesta Los Buhoneros, en la que cantaba Juan Betanzos, quien era compañero mío en GEF. Muchos fines de semana íbamos a bailes de las afueras, como A Revolta y As Airas, donde conocí a mi mujer, Conchi Alvedro, que vivía en el barrio de Os Mariñeiros y con quien tengo una hija, Lucía.

Fiestas y bailes

En aquella época comprábamos una publicación que se llamaba El Gaiteiro de Lugo en la que figuraban todas las fiestas y bailes que se organizaban en Galicia, para así elegir a cuál de ellas podíamos ir. Para desplazarnos teníamos que coger los viejos autocares que salían de la ciudad, como los de las empresas A Nosa Terra, Míguez y Trolebuses Coruña-Carballo. Había que estar atentos con la hora de regresar, porque si perdíamos el autocar había que buscarse la vida.

Otra de nuestras diversiones era pasar el rato por las calles de los vinos, en donde solíamos parar en La Bombilla, Villar y Paco, Siete Puertas y Pacovi para degustar las tapas que daban allí. Ahora, ya jubilado, me reúno con mi grupo de amigos en el bar Rex, en la avenida de Finisterre, para hacer campeonatos de tute y recordar los viejos tiempos.

Testimonio recogido por Luis Longueira