Resulta, como poco, paradójico que para entrar en las oficinas municipales de Movilidad y Dominio Público, ubicadas en un lateral de la estación de autobuses, una persona con dificultades para moverse por sí misma tenga que enfrentarse a más de una barrera para acceder al lugar. El camino más corto tiene una decena de escalones. La acera es demasiado estrecha y no tiene bordillos rebajados ni rampas. Al usuario de una silla de ruedas o un vehículo eléctrico no le queda más remedio que llegar a las oficinas por una calzada en pendiente por la que suben y bajan coches. Y una vez ante la puerta, hay una pequeña pero irregular rampa que no garantiza que las ruedas asciendan con comodidad. Si ese vecino quisiera entrar en la estación de autobuses, al menos puede usar una rampa con curvas en el acceso principal que hasta hace poco no había.

Este es un ejemplo de las condiciones inadecuadas de accesibilidad que presentan algunas dependencias públicas o locales de acceso público en la ciudad. Es también un ejemplo de los esfuerzos en la movilidad que en la vida cotidiana debe realizar una persona con diversidad funcional para convivir con las barreras de acceso, con sus propios vecinos y con otros medios de transporte.

LA OPINIÓN acompaña durante un par de horas en su barrio, Os Mallos, a Héctor Tejón, coruñés con esclerosis múltiple remitente recurrente que desde hace medio año necesita un scooter eléctrico para desplazarse. Desde la estación de autobuses cruza la pasarela sobre Alfonso Molina y se dirige a la calle peatonal Ángel Senra y desde ahí avanza por Capitán Juan Varela para cruzar la ronda de Outeiro.

Su enfermedad y la necesidad de moverse sobre ruedas le ofrecen una perspectiva distinta de la movilidad diaria en un barrio tan singular como Os Mallos, con alta densidad de población, envejecimiento, estrechas calles, pequeño comercio, exceso de vehículos y recurrente doble fila.

"Si vas por Ángel Senra tienes que ir haciendo eses por la cantidad de coches que aparcan mal un momento en cualquier parte. Algunas terrazas no respetan el espacio peatonal y ocupan más sitio del que deben y reducen el sitio de paso. El pavimento de las calles es irregular y hay desniveles. Como la mayoría de comercios son de toda la vida, antiguos, pocos instalan una rampita o rebajan el escalón de la puerta. Un supermercado sí se ha adaptado a la accesibilidad universal, pero otro no lo ha hecho. Los parques o zonas verdes están en general bien adaptados, son cómodos. Se han rebajado bordillos para facilitar la movilidad y evitar tropiezos, pero harían falta más pasos de peatones con badén para mejorar el paso de las sillas y sobre todo para disuadir a los vehículos que conducen deprisa", resume Héctor Tejón frente a un negocio que vende andadores y sillas de ruedas que carece de rampa y tiene un alto escalón.

Cruzar la ronda de Outeiro en el entorno de la estación de San Cristóbal representa una incomodidad para personas con movilidad reducida, advierte. En más de un semáforo el tiempo de cruce para los peatones es escaso, de solo siete segundos en uno de ellos, y una señal aconseja hacerlo en dos etapas, con una parada en la mediana, debido a la alta afluencia de vehículos en ambos sentidos.

"A Coruña es una ciudad hostil en circulación peatonal", quiere añadir Tejón. "Quizá ahora me doy cuenta de lo que antes no advertía en otra situación, me refiero a que los peatones cambian mucho de dirección, o caminan de un lado a otro o se quedan parados a hablar al cruzar una calle y obstaculizan el paso de otros peatones o de quienes van sobre ruedas".