Antonio Izquierdo es catedrático de Sociología de la Universidade de A Coruña, especializado en demografía y migraciones.

¿Por qué empeora la tendencia demográfica coruñesa?

No es algo particular de A Coruña, ni de Galicia, España o la Unión Europea. Es una tendencia general que tiene que ver con que la economía modela la dinámica demográfica desde hace décadas. El mercado de trabajo empeora, se hace más frágil y ofrece menos seguridad, y las parejas no pueden tener los hijos que desean. Las políticas del Estado del Bienestar no pueden compensar la precariedad del mercado de trabajo.

¿Cuántos hijos desean tener las parejas?

La fecundidad deseada no ha variado en los últimos cuarenta años en casi ningún país europeo. Está en torno a la parejita, 2,3 o 2,4 hijos. La observada es 1,1 en Galicia. En Europa solo se crece por inmigración, y en Galicia, como no tenemos inmigración de fuera, no se crece.

En Culleredo y Cambre ya se registraron más muertes que nacimientos en 2018. ¿Envejece la población del baby boom?

En esos municipios ocurrió que la población joven, la que tiene hijos, fue allí porque el precio de la vivienda era menor. Por una parte, esos inmigrantes van pasando la edad reproductiva, y por otra, también allí va fragilizándose el mercado de trabajo. Así, cae el número de nacimientos. La vivienda es el principal factor de exclusión en Galicia ahora mismo, más que el mercado de trabajo. Sube el precio de la vivienda, la educación y la salud más que sus salarios, y las clases medias, entendidas en sentido amplio, se van empobreciendo.

¿En la caída demográfica influye también la emigración al exterior?

Sí. Es otro producto de la falta de oportunidades. Se van los jóvenes, y su fecundidad se pierde aquí. Hay fuga de capital humano y fuga de capital reproductivo.

¿Qué políticas públicas habría que implantar para revertir la caída de nacimientos?

No se va a revertir. Pueden más los mercados de trabajo que las políticas públicas, y hoy en día los que se eligen son los que mandan. Elegimos a gestores e intermediarios. La tendencia sí se puede suavizar: veamos los países nórdicos, con un estado del bienestar mucho más potente. Aún así su fecundidad está por debajo de la necesaria para el reemplazo generacional, en 1,7 o 1,8 hijos por mujer. No hay que hacer políticas de ayuda a la natalidad, sino de regulación del mercado de trabajo para que los salarios sean dignos y los empleos no sean temporales. Todo esto, repito, deriva de la economía, que es la que modela la demografía, no lo contrario. La política tiene que actuar sobre el ámbito económico.

¿Qué hay que mejorar?

La igualdad tiene que ser dominante en la cultura del país, y no lo es. En el hogar; en las políticas públicas, considerando que un hijo es una inversión social; y en las empresas, para que un hijo no trunque la carrera laboral. Si empresas, hogares y gobiernos toman nota de eso, la fecundidad no será alta, pero no será tan baja. En segundo lugar, la seguridad: a iguales salarios, tienen más hijos las funcionarias, con un salario estable y fijo aunque no sea muy alto, que las que compiten en la empresa privada. El empleo ha de ser seguro o poder encontrarse rápidamente para tener hijos.

¿El envejecimiento y el descenso de los nacimientos tienen algún aspecto positivo?

Muchísimos. Se habla de los negativos porque a la economía le interesa que sea así, pero el envejecimiento es un éxito social, y la prueba es que solo se da en los países desarrollados. Haciéndose viejo con una buena cantidad de vida uno sigue siendo productivo. Y el problema del descenso de natalidad es que es un déficit en felicidad: querer tener hijos y no poder, retrasar el matrimonio debido a que la transición entre acabar de la formación y consolidarse en el mercado de trabajo es larguísima. Si fuese una decisión voluntaria, no habría problema.