Alfredo Okenve es defensor de los derechos humanos en una Guinea Ecuatorial dictatorial. Califica a su país como opresor, pero reconoce que tiene que volver para luchar por lo que los ciudadanos se merecen: la libertad. Ayer trasladó su discurso a los alumnos del instituto Monte das Moas en una visita organizada por Amnistía Internacional de Galicia.

¿Qué acciones programan desde el Centro de Estudios e Iniciativas para el Desarrollo?

Somos una organización no gubernamental que nació hace 20 años. Luchamos por que haya un espacio cívico en un país cerrado y defendemos los derechos humanos. También damos asistencia a otras organizaciones de la sociedad civil.

¿Cómo definiría la vida en Guinea Ecuatorial?

La gente vive con privación de su dignidad y sus derechos. Es un país subdesarrollado desde el ámbito estructural, pero muy rico en recursos naturales. En estos últimos 25 años, Guinea ha llegado a ser uno de los países con mayor crecimiento económico. Pero en términos de desarrollo humano está en escalas bastante bajas. Es el país con más disparidad cuando se compara la renta per cápita, que ha llegado a estar cerca de países europeos, con el desarrollo social. Esto hace que no haya economía como tal. Además está el sistema de gobierno, que es dictatorial, en el que no hay libertad de expresión, ni contrapoderes, ni poder judicial independiente.

¿Cómo se explica ese desequilibrio?

Los derechos humanos están ligados a la dignidad de las personas, entonces si eso no se tiene en cuenta, tenemos un problema. Pero básicamente es el tipo de gobierno, que no da prioridad a las necesidades de la población y pone por delante la patrimonialización del estado. La corrupción como forma de gestión. Es la consecuencia de mala gobernanza de los recursos que tiene el país.

Como profesor, ¿sufre en primera persona esa carencia de libertad de expresión?

Sí, aunque toda persona que tiene conciencia de las libertades, sabe que la libertad de expresión no existe. Como profesor es un reto, pero depende también de las materias. Les afecta más a los que abordan temas sociales. No obstante, todo educador tiene problemas porque la educación en valores que se quiere transmitir choca con la cultura impuesta.

¿Usted no puede ejercer en Guinea Ecuatorial?

No, llevo nueve años que no puedo estar empleado en el sector público. Incluso en el sector privado también es difícil. Estoy señalado. En principio soy empleado público y no estoy cesado, pero no puedo trabajar ni percibir ingresos. Estoy condenado a la exclusión económica aparte de social.

¿Un castigo por defender los derechos humanos?

Sí, pero sobre todo por tener un planteamiento diferente al régimen. Además, tener contacto con otras organizaciones sociales hace que esté más señalado todavía. Pero una persona honesta e íntegra también tiene problemas.

¿Cuál ha sido la situación más crítica que ha vivido por estos motivos?

He sido secuestrado, he sobrevivido a ataques de asesinato y he estado en prisión sin motivo. Y esto ocurrió durante el último año. Además, estoy obligado a no vivir con mi familia.

¿Y aun así quiere regresar?

No es que quiera regresar, es que quiero estar en mi país. No es cuestión de deseo, sino de coherencia existencial. Tengo mi familia allí. Voy de viaje a los sitios pero tengo que volver a mi país para trabajar por su desarrollo y pueda alcanzar cotas dignas de vida.

Dentro de esa defensa de los derechos humanos, hay también un apartado importante para la mujer.

Claro. Yo diría que son un grupo vulnerable dentro del país y ni siquiera se ha empezado a trabajar en eso porque el poder lo tiene quien lo tiene. Si lo básico no puede abordarse, ese tema de discriminación de la mujer todavía no tiene ni espacio.

¿Se puede conseguir?

Los que estamos en la lucha por los derechos humanos somos optimistas. Ha habido dictaduras en otras partes del mundo y han desaparecido, como España, lo cual quiere decir que debería sentir cierta empatía. En África hay cada vez más países que dejan de ser dictatoriales, pero eso implica la concienciación y la participación de la ciudadanía. También es absolutamente prioritario que los países que dicen defender valores universales de democracia estén del lado de aquellos que luchan por ello. Guinea Ecuatorial dificilmente podrá salir de la situación en la que está si no hay implicación de la comunidad internacional.

¿Existe esa empatía por parte de España, de la que Guinea se independizó en 1968?

Lo que España ha hecho hasta ahora en esta materia no es ni lo mínimo. Se puede hacer más y mejor. España para luchar por el terrorismo tuvo que contar con el apoyo de Francia, lo cual no significó que España dejase de ser soberana como país. España tiene responsabilidades históricas y culturales de lo que pasa en Guinea. No se le pide que asuma la soberanía ni que haga nada neocolonial, sino que coopere.

Otra de las claves es la participación ciudadana, pero ¿el miedo es un obstáculo?

Sí. La situación en Guinea es de un miedo absoluto, que viene de más de 70 años de opresión. Eso significa que lo mínimo es difícil que se haga, pero no imposible.

Denuncia también el mensaje de odio, ¿le preocupa el auge de la extrema derecha en Europa?

Para mí no tanto porque mi tema es volver a mi país. Pero debe ser preocupante para los ciudadanos de Europa que quieran disfrutar de sus derechos. Lo que hay que hacer es revisar las concepciones de la gente que está en la sociedad.