Andrés Fernández-Albalat, don Andrés, utilizaba con frecuencia esta amable invocación „miñas donas, meus señores„ cuando iniciaba una conferencia formal o antes de despedirse de una reunión con colegas. Recordarla ahora me ayuda a iniciar este escrito. Don Andrés es un arquitecto referencial para nuestro país, con edificios innovadores y arriesgados construidos a lo largo de cinco fructíferas décadas. Pero era más que eso. Un buen arquitecto crea edificios que abren caminos, racionaliza el espacio y estructura el territorio. Esto genera importantísimos réditos sociales y económicos. Pero, además de su contribución arquitectónica y urbanística, don Andrés era un intelectual, una condición de la que estamos muy necesitados. Esta valiosa naturaleza responde a cuatro rasgos inequívocos. El primer rasgo es que no sólo sabía muchas cosas, sino que era capaz de utilizar sus conocimientos para crear obras importantes. Don Andrés poseía un notable conocimiento de música, literatura, pintura y también de física, geometría o mecánica; y era capaz de establecer sorprendentes conexiones entre estos saberes. Hacer poesía con una estructura „como en el concesionario de SEAT„ o una composición musical con la geometría „como en la Hípica„ son sólo dos ejemplos entre muchos. El segundo es un decidido compromiso con Galicia. Él era capaz de interpretar avanzadas novedades internacionales transformándolas en iluminadoras respuestas locales. En 1963, Candilis, Josic y Wood presentaron el concurso de la Freie Universität en Berlín. Alison Smithson calificó aquella manera nueva de resolver un complejo edificio como Mat-building. En 1967, don Andrés construyó un modesto conjunto de 50 viviendas para pescadores en Fontán, como una brillante y sorprendente formulación de un Mat-building. El tercero es la generosidad con la que ofrecía sus capacidades. Cualquier obra, importante o muy modesta, era tratada con la misma dedicación, con la misma atención. Su trabajo y su esfuerzo estaban siempre dirigidos hacia lo necesario, al margen del reconocimiento. La Ciudad de las Rías, aquel ambicioso ensayo de organización urbanística del territorio del Golfo Ártabro, fue un regalo al que siempre podremos acudir para reflexionar sobre nuestra forma de habitar. El cuarto y definitivo rasgo que confirma su talla intelectual es la utilización del humor como una manifestación de la inteligencia. Era divertidísimo oír a don Andrés, en sus clases, en sus conferencias formales, o charlando con colegas en un pasillo.

Todavía nos queda mucho que aprender de don Andrés. Hoy, con sus hijos Pispa, María, Charo, Andrés, Blanca, Belén y Paz, todos nos sentimos huérfanos.