La neurocientífica Susana Martínez-Conde (A Coruña, 1969) dirige el Laboratory of Integrative Neuroscience de Nueva York, y lleva más de 25 años trabajando en la relación entre el sistema nervioso y la visión, un campo desde el que ha analizado la magia y las ilusiones. Ha publicado dos libros, uno de ellos, Los engaños de la mente, traducido al español.

Organiza un concurso a la mejor ilusión del año.

La primera edición del mundo es de 2005, cuando presidí el Congreso Europeo de Percepción Visual, que celebramos en A Coruña. Tuvo tanto éxito que lo seguimos celebrando hasta ahora. Las ilusiones son una herramienta crítica para los científicos: nos permiten identificar las operaciones con las que el cerebro construye nuestra experiencia.

¿Lo que percibimos de la realidad es una reconstrucción?

Nuestro cerebro produce una simulación de la realidad. Encaja razonablemente con esta, si no estaríamos chocando contra los muebles, pero no es una reproducción exacta. La experiencia visual no se genera en el ojo, sino en el cerebro: podemos imaginarnos una cara, o soñarla. Toda percepción es en parte ilusoria. Un ejemplo es la percepción de la tercera dimensión. Nuestras retinas son planas, pero la información que nos llega a través del ojo es en dos dimensiones, y a partir de ella el cerebro, fuera del ojo, construye la tercera dimensión. Además, para el cerebro no hay términos absolutos, todo depende del contexto.

¿Por qué el cerebro no nos informa de la realidad tal cual?

No tenemos la capacidad suficiente como para absorber y procesar toda la información que llega a nuestros sentidos. También debemos responder de manera rápida y eficiente. Utilizamos unas pocas claves sobre la escena que tenemos alrededor, rellenamos el resto y realizamos inferencias.

¿Estos sesgos en la percepción afectan a la memoria?

Sí, es un gran problema en los juicios y los testimonios. Solo procesamos y recordamos las cosas a las que prestamos atención, y cuando nos centramos en un aspecto de la realidad suprimimos el resto. En esto también se basan los magos: enfocan nuestra atención y el cerebro suprime todo el resto. Y la atención está influenciada por la emoción. Esto es parte de una investigación de mi laboratorio, en colaboración con el de mi marido Stephen Macknik. Ante una catástrofe perdemos la visión periférica, e incluso capacidad auditiva. Finalmente, tener una gran confianza en los contenidos de nuestra memoria no quiere decir que sean correctos. Los magos, muchas veces, generan falsas memorias.

¿Cómo lo hacen?

Cuando los magos invitan a una persona del público a un escenario y describen una situación que acaba de tener lugar, no se desvían mucho de la realidad para no llamar la atención, pero cambian algunos detalles que son importantes. Cuando el público va a casa, no recuerdan lo que ha ocurrido, sino la descripción del mago. Cuando recordamos traemos la memoria a la experiencia consciente. En este proceso, la cambiamos, y cuando la volvemos a almacenar no es la memoria que hemos extraído. Recordar ciertas experiencias hace que se cambien, y cuando más las examinemos, será más fácil que las cambiemos.

¿Recordamos las versiones que más nos benefician?

No exactamente. Tendemos a recordarlas de manera que nos parezca que tienen sentido. Nuestra gran ventaja evolutiva es que siempre estamos intentando conectar causa y efecto. Pero eso hace que creemos conexiones ilusorias, como las supersticiones: si me puse los calcetines rojos y ganó mi equipo, creo que hay una relación. Darle sentido a un evento de manera que lo podamos relatar hace que se recuerde mejor. Nuestro cerebro es un cuentista: está siempre contándole historias a otros y a nosotros mismos para dar sentido a la realidad.